5.06.2012

"La súper abuela"




Aquel día…

18 de abril, 7:45 pm, el cielo está triste… Cali con sus ojos llenos de lágrimas, inundada de recuerdos, se dispone a despedir a una mujer única; tan única como sus 74 años llenos de particulares historias;  27.010 días de arduo trabajo, voleando pala y  manejando carretilla.

Mariela Escobar, o la “Súper abuela” como era conocida por muchos, salió a trabajar aquél miércoles, las inclemencias del clima no fueron excusa para quedarse en casa; Fernando Caicedo, vecino y amigo, le había pedido el favor de que le trajera el carbón, como era costumbre, lo que no preveía era el torrencial aguacero que se acercaba. Ella,  como siempre, proclamando su independencia lindando con la terquedad, no dudó en hacerlo a pesar de las oscuras nubes que se alcanzaban a divisar en el horizonte…

Con la satisfacción del deber cumplido, llegó a su casa, y se dispuso a descansar… se cambió las prendas y la asaltó el dolor... lo cierto, es que aquella visitante de traje negro no da tiempo, inesperada, llega a arrebatar lo único que realmente se tiene: la vida.

Tras 15 minutos de trayecto desde su casa en el Barrio Manuela Beltrán, hasta el Hospital Isaías Duarte Cancino, ubicado en el Barrio Mojica, su cuerpo desistió, se dejó llevar en una bocanada de aire hacia la eternidad.

Un retrato hablado…

De ella, no sé más que su nombre, oficio y ciertas historias que hicieron parte de su vida; no la pude conocer, no observé jamás el brillo de sus ojos, la fuente de alegría que emanaba de su sonrisa, ni la lucidez de su espíritu…

Aquél miércoles teníamos una reunión pactada para las horas de la tarde,  por cosas del destino no pude asistir a ella. Dejé para el día de mañana lo que pude haber hecho, pospuse nuestro encuentro y confiada en lo trivial de  la rutina dispuse todos los elementos para encontrarme con ella al siguiente día.

Quede atónita ante la noticia… Mariela, había muerto en la noche del día anterior, el día que había quedado de encontrarse conmigo.

Al día siguiente, ella cumplió una cita con el destino, y yo con ella.





Ella…

Su cuerpo inmóvil reposaba en el lado izquierdo de la sala, una casa en obra limpia de dos pisos era el lugar donde se consumaba el adiós a una gran madre, abuela, amiga y compañera; Mariela era el centro de atención, como siempre lo fue.

Omar Andrés García, uno de sus nietos, comentaba con tristeza en sus ojos las locuras de su abuela, de esa “gran mujer”, trabajadora, perseverante y berraca que marcó las vidas de todos los que tuvieron la oportunidad de conocerla.


Mariela Escobar nació el 5 de abril de 1938 en el Municipio de Trujillo, ubicado en la parte central del Departamento del Valle; uno de los municipios más característicos propios de lo que fue llamado la “Época de la violencia” en Colombia.

Su madre fue reina de belleza, y su padre dueño de una tabacalera. Desde temprana edad Mariela mostró sus primeros brotes de rebeldía; a los 8 años, fumaba… el cigarrillo la acompañó hasta la tumba.

Contaba que cuando niña sus padres la habían metido en un internado del cual escapó, pues no concebía la idea de estar encerrada “era muy traviesa”; sus ansías de libertad la llevaron a caracterizarse por ser una mujer autónoma e independiente, “no le gustaba quedarse en la casa”.

Durante su estadía en Trujillo, Mariela vivió en carne propia la violencia; para ese entonces casada con su primer esposo, el cual “dicen que tenía mucha plata”; pasaba sus días debajo de un puente, donde se refugiaba para proteger a los mayores de sus hijos, armada de valor y una escopeta logró mantenerlos a todos a salvo. Tiempo después, abandonó a su esposo, “odiaba sentirse amarrada”.

En su paso por Florida, Mariela recibió el apodo de la “Super Abuela”, montada en su motoneta daba grandes paseos por los cañaduzales; mientras disfrutaba recogiendo caña; allí fue cuando tuvo sus primer acercamiento a una carretilla.

Tras trabajar en las ferias vendiendo ternera a la llanera y carne, se trasladó a la ciudad de Cali, donde fundó una pequeña fábrica de chorizos, con la cual logró comprarle una casita a su mamá en el Distrito de Aguablanca; vivienda que más que una simple casa sirvió de hogar para sus 8 hijos, y 40 nietos y bisnietos.

En el transcurso de su vida, dio a luz a 15 hijos, de los cuales murieron 5 cuando estaban muy pequeños, y otros dos en desafortunados accidentes… 6 mujeres y 2 hombres eran la luz de sus ojos.

Rozando los 50 años de edad Mariela dedicó la totalidad de su tiempo a su nuevo oficio; el cuál se basaba en sus dos pilares: los animales y el trabajo. “Le gustaban muchísimo los animales, aquí tuvo loras, gallinas, perros, palomos, bimbos, hasta tuvo una mica que se llamaba Pacha”

Desde hace 25 años Mariela manejaba carretilla; todos los días se levantaba a eso de las 4 am a cocinar; como siempre el infaltable tinto y su arroz con huevo; “Aquí los trabajadores y los gaminsitos siempre llegaban a decir “Abuelita, el cafecito” y ella jamás le negaba nada a nadie, por más de que estuviera mal económicamente no le gustaba pedir, si no dar”.

De anotar es que no sólo manejaba la carretilla; también “voleaba pala” subiendo los escombros al cajoncito, y “se le medía a lo que fuera”, su fuerza de voluntad era más grande que ella misma.

Única en su oficio, porque manejar carretilla es pa´  “machos”; a pesar de su edad, su condición física era excepcional. Siempre fue la consentida del Sindicato de Carretilleros; y no sólo de ellos, fue la consentida de todo el que la conoció, “Por aquí pasaba gente y la saludaba; y ella decía ¿Y quién es que es ese hp?... Mi abuelita era un caso”  reía Omar, al recordar las expresiones que adornaban el lenguaje coloquial de la “vieja”.

“Se va una amiga, pero no morirá para siempre.
Ella está presente en el corazón de todos nosotros”
        Calos Valencia, amigo de la familia.




Adiós…

Y allí estaban todos: familiares, amigos, conocidos y allegados, todos brindándole un homenaje a la “Súper Abuela”, despidiéndose de esa berraquita que llenó con alegría la vida de todos los que la conocieron, quién vivió para los demás y dejó en los corazones esa huella altruista; ese dar sin esperar nada a cambio, ese amor desinteresado y puro.

Su última voluntad consistía en que su combo de carretilleros, la acompañaran hasta su nuevo hogar. Quería que todos los suyos organizaran una caravana, donde su último adiós sonará al compás de relinches, riendas, y cajones sobre ruedas en el asfalto.

Y así fue como su último deseo se consumaba… Su cuerpo era transportado en su cajoncito, aquel que la acompaño durante 25 años; sus compañeros a sus espaldas mantenían un paso lento pero firme: ella es la que manda.


“Ella se nos fue, pero lo que nos enseñó siempre quedará”

***
Un escalofrío llego hasta mis entrañas, más que ello, hasta mi alma…Era la última vez que la vería, de hecho, la única…

Sentimientos revueltos, confundieron mi alma; pensamientos incoherentes invadieron mi mente, me era imposible razonar; al fin al cabo ¿de qué sirve la razón cuando por más que lo intenté no comprenderá jamás lo recóndito del corazón?...

Mariela no se fue, se quedo en una nueva cajita, 4 paredes de madera ahora son la cárcel de su cuerpo… La encerraron, su alma es la que se ha de liberar, como siempre lo hizo. Su legado quedará; su fortaleza, perseverancia, vigor, amor al trabajo y a su prójimo, significan un ejemplo a seguir, una vida meritoria.

En una sociedad donde la violencia es cultura, la inseguridad el pan de cada día; donde el sicariato, la prostitución,  la explotación infantil, y el hurto hacen parte de una trivialidad constante… Donde hay ladrones, de todo tipo; y hasta los de cuello blanco se magnifican… Es necesario hablar de personas como Mariela, personas del común que día a día dan todo de sí mismos en la construcción de un mañana mejor.

Junto a ella, se encuentran hoy sus increíbles historias; junto a su cuerpo reposan cenizas de recuerdos que simbolizan lo material, porque Mariela, Mariela “no morirá”…



*Las citas textuales pertenecen a comentarios de Omar Andrés García.

Lina María Álvarez