Aquel día…
18
de abril, 7:45 pm, el cielo está triste… Cali con sus ojos llenos de lágrimas,
inundada de recuerdos, se dispone a despedir a una mujer única; tan única como
sus 74 años llenos de particulares historias;
27.010 días de arduo trabajo, voleando pala y manejando carretilla.
Mariela
Escobar, o la “Súper abuela” como era conocida por muchos, salió a trabajar
aquél miércoles, las inclemencias del clima no fueron excusa para quedarse en
casa; Fernando Caicedo, vecino y amigo, le había pedido el favor de que le
trajera el carbón, como era costumbre, lo que no preveía era el torrencial
aguacero que se acercaba. Ella, como
siempre, proclamando su independencia lindando con la terquedad, no dudó en
hacerlo a pesar de las oscuras nubes que se alcanzaban a divisar en el
horizonte…
Con
la satisfacción del deber cumplido, llegó a su casa, y se dispuso a descansar…
se cambió las prendas y la asaltó el dolor... lo cierto, es que aquella
visitante de traje negro no da tiempo, inesperada, llega a arrebatar lo único
que realmente se tiene: la vida.
Tras
15 minutos de trayecto desde su casa en el Barrio Manuela Beltrán, hasta el
Hospital Isaías Duarte Cancino, ubicado en el Barrio Mojica, su cuerpo
desistió, se dejó llevar en una bocanada de aire hacia la eternidad.
Un retrato
hablado…
De
ella, no sé más que su nombre, oficio y ciertas historias que hicieron parte de
su vida; no la pude conocer, no observé jamás el brillo de sus ojos, la fuente
de alegría que emanaba de su sonrisa, ni la lucidez de su espíritu…
Aquél
miércoles teníamos una reunión pactada para las horas de la tarde, por cosas del destino no pude asistir a ella.
Dejé para el día de mañana lo que pude haber hecho, pospuse nuestro encuentro y
confiada en lo trivial de la rutina
dispuse todos los elementos para encontrarme con ella al siguiente día.
Quede
atónita ante la noticia… Mariela, había muerto en la noche del día anterior, el
día que había quedado de encontrarse conmigo.
Ella…
Su
cuerpo inmóvil reposaba en el lado izquierdo de la sala, una casa en obra
limpia de dos pisos era el lugar donde se consumaba el adiós a una gran madre,
abuela, amiga y compañera; Mariela era el centro de atención, como siempre lo
fue.
Omar
Andrés García, uno de sus nietos, comentaba con tristeza en sus ojos las
locuras de su abuela, de esa “gran mujer”,
trabajadora, perseverante y berraca que marcó las vidas de todos los que
tuvieron la oportunidad de conocerla.
Mariela
Escobar nació el 5 de abril de 1938 en el Municipio de Trujillo, ubicado en la
parte central del Departamento del Valle; uno de los municipios más
característicos propios de lo que fue llamado la “Época de la violencia” en
Colombia.
Su
madre fue reina de belleza, y su padre dueño de una tabacalera. Desde temprana
edad Mariela mostró sus primeros brotes de rebeldía; a los 8 años, fumaba… el
cigarrillo la acompañó hasta la tumba.
Contaba
que cuando niña sus padres la habían metido en un internado del cual escapó,
pues no concebía la idea de estar encerrada “era
muy traviesa”; sus ansías de libertad la llevaron a caracterizarse por ser
una mujer autónoma e independiente, “no
le gustaba quedarse en la casa”.
Durante
su estadía en Trujillo, Mariela vivió en carne propia la violencia; para ese
entonces casada con su primer esposo, el cual “dicen que tenía mucha plata”; pasaba sus días debajo de un puente,
donde se refugiaba para proteger a los mayores de sus hijos, armada de valor y
una escopeta logró mantenerlos a todos a salvo. Tiempo después, abandonó a su
esposo, “odiaba sentirse amarrada”.
En
su paso por Florida, Mariela recibió el apodo de la “Super Abuela”, montada en
su motoneta daba grandes paseos por los cañaduzales; mientras disfrutaba
recogiendo caña; allí fue cuando tuvo sus primer acercamiento a una carretilla.
Tras
trabajar en las ferias vendiendo ternera a la llanera y carne, se trasladó a la
ciudad de Cali, donde fundó una pequeña fábrica de chorizos, con la cual logró
comprarle una casita a su mamá en el Distrito de Aguablanca; vivienda que más
que una simple casa sirvió de hogar para sus 8 hijos, y 40 nietos y bisnietos.
En
el transcurso de su vida, dio a luz a 15 hijos, de los cuales murieron 5 cuando
estaban muy pequeños, y otros dos en desafortunados accidentes… 6 mujeres y 2
hombres eran la luz de sus ojos.
Rozando
los 50 años de edad Mariela dedicó la totalidad de su tiempo a su nuevo oficio;
el cuál se basaba en sus dos pilares: los animales y el trabajo. “Le gustaban muchísimo los animales, aquí
tuvo loras, gallinas, perros, palomos, bimbos, hasta tuvo una mica que se
llamaba Pacha”
Desde
hace 25 años Mariela manejaba carretilla; todos los días se levantaba a eso de
las 4 am a cocinar; como siempre el infaltable tinto y su arroz con huevo; “Aquí los trabajadores y los gaminsitos
siempre llegaban a decir “Abuelita, el cafecito” y ella jamás le negaba nada a
nadie, por más de que estuviera mal económicamente no le gustaba pedir, si no
dar”.
De
anotar es que no sólo manejaba la carretilla; también “voleaba pala” subiendo los escombros al cajoncito, y “se le medía a lo que fuera”, su fuerza
de voluntad era más grande que ella misma.
Única
en su oficio, porque manejar carretilla es pa´
“machos”; a pesar de su edad, su condición física era excepcional. Siempre
fue la consentida del Sindicato de Carretilleros; y no sólo de ellos, fue la
consentida de todo el que la conoció, “Por
aquí pasaba gente y la saludaba; y ella decía ¿Y quién es que es ese hp?... Mi
abuelita era un caso” reía Omar, al
recordar las expresiones que adornaban el lenguaje coloquial de la “vieja”.
“Se va una
amiga, pero no morirá para siempre.
Ella está
presente en el corazón de todos nosotros”
–
Calos
Valencia, amigo de la familia.
Adiós…
Y allí estaban todos:
familiares, amigos, conocidos y allegados, todos brindándole un homenaje a la
“Súper Abuela”, despidiéndose de esa berraquita que llenó con alegría la vida
de todos los que la conocieron, quién vivió para los demás y dejó en los
corazones esa huella altruista; ese dar sin esperar nada a cambio, ese amor
desinteresado y puro.
Su
última voluntad consistía en que su combo de carretilleros, la acompañaran
hasta su nuevo hogar. Quería que todos los suyos organizaran una caravana, donde
su último adiós sonará al compás de relinches, riendas, y cajones sobre ruedas
en el asfalto.
Y
así fue como su último deseo se consumaba… Su cuerpo era transportado en su
cajoncito, aquel que la acompaño durante 25 años; sus compañeros a sus espaldas
mantenían un paso lento pero firme: ella es la que manda.
“Ella se nos
fue, pero lo que nos enseñó siempre quedará”
***
Un
escalofrío llego hasta mis entrañas, más que ello, hasta mi alma…Era la última
vez que la vería, de hecho, la única…
Sentimientos
revueltos, confundieron mi alma; pensamientos incoherentes invadieron mi mente,
me era imposible razonar; al fin al cabo ¿de qué sirve la razón cuando por más
que lo intenté no comprenderá jamás lo recóndito del corazón?...
Mariela
no se fue, se quedo en una nueva cajita, 4 paredes de madera ahora son la
cárcel de su cuerpo… La encerraron, su alma es la que se ha de liberar, como
siempre lo hizo. Su legado quedará; su fortaleza, perseverancia, vigor, amor al
trabajo y a su prójimo, significan un ejemplo a seguir, una vida meritoria.
En
una sociedad donde la violencia es cultura, la inseguridad el pan de cada día;
donde el sicariato, la prostitución, la
explotación infantil, y el hurto hacen parte de una trivialidad constante…
Donde hay ladrones, de todo tipo; y hasta los de cuello blanco se magnifican…
Es necesario hablar de personas como Mariela, personas del común que día a día
dan todo de sí mismos en la construcción de un mañana mejor.
Junto
a ella, se encuentran hoy sus increíbles historias; junto a su cuerpo reposan
cenizas de recuerdos que simbolizan lo material, porque Mariela, Mariela “no morirá”…
*Las citas textuales pertenecen
a comentarios de Omar Andrés García.
Lina María
Álvarez