5.01.2014

Los invisibles

Las precipitaciones de los meses de invierno, siempre dejan estragos en la ciudad. Daños, que aunque sólo son materiales, se cuelan en lo profundo de la gente. Gente, que no sabe qué hacer, que grita, que llora, que corre, que pide auxilio, que busca y rebusca la manera de menguar la furia de la naturaleza. Gente invisible, a la que se le da la espalda.

Al recordarlo, su voz se entrecorta. En su cabeza aún llueve: los recuerdos no paran de caer. Ahí, en el antejardín de su casa, aún se encuentran tirados en el piso los procesos de Desarrollo Comunitario que adelantaba. Ahí tirados: mojados, enlodados, manchados, perdidos. Dice que su vida, al igual que su lucha, cambió; que la poliomisitis y sus espasmos, no se comparan con el dolor que un simple aguacero le causó.

Es miércoles, y la semana se parte en dos al igual que el cielo. No llueven maridos de milagro. El aguacero se desata. En esta época es normal que llueva. Cali caliente, deja de serlo, ahora, huele a tierra mojada. Es un 12 de marzo, la tarde llega pasada de agua.

Héctor Guazá es abogado. Después de trabajar como servidor público y como Secretario de Gobierno de un municipio del Cauca; se ha visto obligado a quedarse en su cama. El año pasado, le diagnosticaron Polimiositis, una enfermedad musculo esquelética, extraña y huérfana; una enfermedad que sólo  uno de cada 100 mil habitantes padece.  Vive en el Barrio Santa Mónica Popular, ubicado sobre la Autopista Sur Oriental. Allí, su esposa y sus cuatro hijos lo acompañan.

No sabía qué estaba más frío, si el piso o su alma. Estaba inundado hasta el cuello de angustia y hasta las rodillas, de agua: “La impotencia que da al ver cómo se daña todo lo que con esfuerzo se ha construido, no tiene nombre. Saber que todo se pierde y no podés hacer nada. En mi caso, es una impotencia especial, como mi patología me tiene sin fuerza física, me tocó ver cómo el agua se entraba, sin poder mover ni siquiera una silla y ver cómo mi esposa y mis hijos guerreaban”.

La historia se repite al unísono por todo el barrio. Como si se tratara de un simple corrillo, lo vecinos se reúnen a contar sus penas, a contar cuánto perdieron, mientras esperan.  Algunos, resignados ya, sólo dejan caer el tiempo. Que las gotas se acaben, que la lluvia muera.

Lo cierto, es que Santiago, no consiente mucha agua. Cuando llueve, es normal que la ciudad colapse, los trancones abunden y los talones se empapen. Por los 92 kilómetros de canales de desagüe, pasean 400 toneladas de basura diaria. A pesar de los esfuerzos del Departamento de Recolección de Emcali por mantener las alcantarillas limpias, la basura y los residuos suelen burlársele en la cara. Son más los balones, las tablas, las llantas, los perros y los gatos, que sumados a una inconciencia colectiva, replican los daños que causa una pequeña oleada de agua.

Jesús Orlando Naranjo, Auxiliar de Recolección de Emcali, en una entrevista le comentó al diario El País su experiencia después de 25 años en el oficio: “La gente, explica el hombre, suele pensar que si patea algo por las rejillas que hay en los andenes, nada pasará; entonces hay personas que cuando salen a barrer el antejardín, echan el polvo por allí; cuando matan un ratón que se coló en la casa, lo echan por allí; cuando encuentran una roca en la calle, peligrosa para motos y carros, la echan por allí.”

Hábitos que más que dañinos, son perjudiciales. Hace parte de la rutina trivial de algunos caleños, creer que toda la basura, se la traga la alcantarilla. Pero no, no saben los perjuicios que causan.

Llega la noche, y con ella, la aparente calma. La luz tenue de los postes, acentúa los rostros de la gente. Se congregan en la calle. Sacan el agua, lavan el piso, botan las cosas. Colchones, mesas, muebles y toda clase de enseres se apilan en la acera. La calle misma, es una casa de suelo marrón y piso de lodo.

El agua no cesa, algunos lloran mientras ven lo que el agua se llevó. No son sólo pérdidas materiales, insisten. Son cosas, sí, pero allí, con esas simples cosas, van años de esfuerzo, de trabajo, de recuerdos. Un pedazo de su vida, de su familia, de su hogar.

Aquel aguacero, que según el Cuerpo de Bomberos de Cali, colapsó el 80% de la ciudad, dejó cerca de 20 barrios inundados, dos personas heridas, una mujer muerta, y cientos de daños materiales, que afectaron no sólo a la gente de los barrios, sino también, a las mismas instalaciones del CAM.

50 milímetros de agua, fue lo que según Rodrigo Zamorano, Director del CLOPAD, cayó en tan sólo diez horas. 50 milímetros en medidas pluviales, corresponden a lo que serían 50 litros de gaseosa por cada metro cuadrado de la ciudad.

Diez horas, que aún no se acaban de contar para los habitantes del barrio Santa Mónica Popular.

Hoy, ha pasado más de un mes, sin embargo, algunas cosas no cambian. Aleyda Padilla, otra afectada, cuenta cómo son las cosas en su casa: “Perdimos casi todo. Los colchones, las mesas, la alacena, los equipos, el mercado… Ni para qué hacer la cuenta. Todo este tiempo hemos botado, lavado, mandado a repellar, a lijar, pero las cosas no son lo mismo. Las paredes se llenaron de hongos, y por más que se quiten vuelven y salen. Es desesperante. Ya no sabemos qué hacer.”

No saben qué hacer. Héctor Guazá, convocó una reunión con los vecinos para lograr encontrar solución al problema. Se firmó un acta y se envió al Comité Local para la Prevención y Atención de Desastres, CLOPAD.
Al mes, la respuesta fue rotunda:


Solicitud: 2014 41100257422

“El artículo 56 de la presentada ley nos define de manera expresa los casos para poder declarar la situación de desastre. Es menester informarles que el municipio de Santiago de Cali viene trabajando en el fondo de afectación. Emcali, el Dagma, y la CVC en el proyecto Plan Jarillón Cali, el cual está orientado a eximir de riesgo a las inundaciones de nuestro municipio, mejorar las capacidades de los canales, y las fugas de regulación de agua; y desarrollando encuentros con la comunidad para que no arrojen basuras y escombros a los canales”.

“Después de toda esa leguleyada”, manifiesta Guazá, rematan:

“No es posible brindar apoyos humanitarios como ustedes los solicitan”.

No es posible, según el ente local, no los hay. No los ameritan. Una comunidad de menos de 50 personas afectadas, no les compete. Para ellos, una inundación como esta, no es un desastre; es una simple calamidad más.

La ley pasa por encima que el bienestar común. Cali es el único municipio en el que sucede una cosa de esas, y no se le colabora a la gente con una colchoneta, con comida, con mercado, con café. En los municipios de categoría 6, los más pobres y los más pequeños, no se presenta esto. ¿Es justo que los soportes legales estén por encima de la ayuda humanitaria?”, recalca Héctor, quien sabe lo que dice en su rol de abogado.

Ante la indiferencia de los entes municipales, no queda más que acudir a otros. La comunidad del barrio, aún sigue buscando ayuda. Rebuscándola, rellenando papeles y siguiendo tramites que logren una repercusión a este grito de auxilio.

Como lo mencionaron en una de las reuniones en la casa de Guazá: “mientras no nos manifestemos, nosotros, no existimos. Seguimos siendo invisibles”. Lo triste, es que aún lo son.