Las precipitaciones de los meses de invierno, siempre dejan
estragos en la ciudad. Daños, que aunque sólo son materiales, se cuelan en lo
profundo de la gente. Gente, que no sabe qué hacer, que grita, que llora, que
corre, que pide auxilio, que busca y rebusca la manera de menguar la furia de
la naturaleza. Gente invisible, a la que se le da la espalda.
Al recordarlo, su voz se entrecorta.
En su cabeza aún llueve: los recuerdos no paran de caer. Ahí, en el antejardín
de su casa, aún se encuentran tirados en el piso los procesos de Desarrollo
Comunitario que adelantaba. Ahí tirados: mojados, enlodados, manchados,
perdidos. Dice que su vida, al igual que su lucha, cambió; que la poliomisitis
y sus espasmos, no se comparan con el dolor que un simple aguacero le causó.
Es miércoles, y la semana se parte en
dos al igual que el cielo. No llueven maridos de milagro. El aguacero se
desata. En esta época es normal que llueva. Cali caliente, deja de serlo,
ahora, huele a tierra mojada. Es un 12 de marzo, la tarde llega pasada de agua.
Héctor Guazá es abogado. Después de
trabajar como servidor público y como Secretario de Gobierno de un municipio
del Cauca; se ha visto obligado a quedarse en su cama. El año pasado, le
diagnosticaron Polimiositis, una enfermedad musculo esquelética, extraña y
huérfana; una enfermedad que sólo uno de
cada 100 mil habitantes padece. Vive en
el Barrio Santa Mónica Popular, ubicado sobre la Autopista Sur Oriental. Allí,
su esposa y sus cuatro hijos lo acompañan.
No sabía qué estaba más frío, si el
piso o su alma. Estaba inundado hasta el cuello de angustia y hasta las
rodillas, de agua: “La impotencia que da
al ver cómo se daña todo lo que con esfuerzo se ha construido, no tiene nombre.
Saber que todo se pierde y no podés hacer nada. En mi caso, es una impotencia
especial, como mi patología me tiene sin fuerza física, me tocó ver cómo el
agua se entraba, sin poder mover ni siquiera una silla y ver cómo mi esposa y
mis hijos guerreaban”.
La historia se repite al unísono por
todo el barrio. Como si se tratara de un simple corrillo, lo vecinos se reúnen
a contar sus penas, a contar cuánto perdieron, mientras esperan. Algunos, resignados ya, sólo dejan caer el
tiempo. Que las gotas se acaben, que la lluvia muera.
Lo cierto, es que Santiago, no
consiente mucha agua. Cuando llueve, es normal que la ciudad colapse, los
trancones abunden y los talones se empapen. Por los 92 kilómetros de canales de
desagüe, pasean 400 toneladas de basura diaria. A pesar de los esfuerzos del
Departamento de Recolección de Emcali por mantener las alcantarillas limpias,
la basura y los residuos suelen burlársele en la cara. Son más los balones, las
tablas, las llantas, los perros y los gatos, que sumados a una inconciencia
colectiva, replican los daños que causa una pequeña oleada de agua.
Jesús Orlando Naranjo, Auxiliar de
Recolección de Emcali, en una entrevista le comentó al diario El País su
experiencia después de 25 años en el oficio: “La gente, explica el hombre, suele pensar que si patea algo por las rejillas
que hay en los andenes, nada pasará; entonces hay personas que cuando salen a
barrer el antejardín, echan el polvo por allí; cuando matan un ratón que se
coló en la casa, lo echan por allí; cuando encuentran una roca en la calle,
peligrosa para motos y carros, la echan por allí.”
Hábitos que más que dañinos, son
perjudiciales. Hace parte de la rutina trivial de algunos caleños, creer que
toda la basura, se la traga la alcantarilla. Pero no, no saben los perjuicios
que causan.
Llega la noche, y con ella, la
aparente calma. La luz tenue de los postes, acentúa los rostros de la gente. Se
congregan en la calle. Sacan el agua, lavan el piso, botan las cosas.
Colchones, mesas, muebles y toda clase de enseres se apilan en la acera. La
calle misma, es una casa de suelo marrón y piso de lodo.
El agua no cesa, algunos lloran mientras
ven lo que el agua se llevó. No son sólo pérdidas materiales, insisten. Son
cosas, sí, pero allí, con esas simples cosas, van años de esfuerzo, de trabajo,
de recuerdos. Un pedazo de su vida, de su familia, de su hogar.
Aquel aguacero, que según el Cuerpo de
Bomberos de Cali, colapsó el 80% de la ciudad, dejó cerca de 20 barrios
inundados, dos personas heridas, una mujer muerta, y cientos de daños
materiales, que afectaron no sólo a la gente de los barrios, sino también, a las
mismas instalaciones del CAM.
50 milímetros de agua, fue lo que
según Rodrigo Zamorano, Director del CLOPAD, cayó en tan sólo diez horas. 50
milímetros en medidas pluviales, corresponden a lo que serían 50 litros de
gaseosa por cada metro cuadrado de la ciudad.
Diez horas, que aún no se acaban de
contar para los habitantes del barrio Santa Mónica Popular.
Hoy, ha pasado más de un mes, sin
embargo, algunas cosas no cambian. Aleyda Padilla, otra afectada, cuenta cómo
son las cosas en su casa: “Perdimos casi
todo. Los colchones, las mesas, la alacena, los equipos, el mercado… Ni para
qué hacer la cuenta. Todo este tiempo hemos botado, lavado, mandado a repellar,
a lijar, pero las cosas no son lo mismo. Las paredes se llenaron de hongos, y
por más que se quiten vuelven y salen. Es desesperante. Ya no sabemos qué
hacer.”
No saben qué hacer. Héctor Guazá,
convocó una reunión con los vecinos para lograr encontrar solución al problema.
Se firmó un acta y se envió al Comité Local para la Prevención y Atención de
Desastres, CLOPAD.
Al mes, la respuesta fue rotunda:
Solicitud: 2014 41100257422
“El artículo 56
de la presentada ley nos define de manera expresa los casos para poder declarar
la situación de desastre. Es menester informarles que el municipio de Santiago
de Cali viene trabajando en el fondo de afectación. Emcali, el Dagma, y la CVC
en el proyecto Plan Jarillón Cali, el cual está orientado a eximir de riesgo a
las inundaciones de nuestro municipio, mejorar las capacidades de los canales,
y las fugas de regulación de agua; y desarrollando encuentros con la comunidad
para que no arrojen basuras y escombros a los canales”.
…“Después de toda esa leguleyada”, manifiesta Guazá, rematan:
“No es posible brindar
apoyos humanitarios como ustedes los solicitan”.
No es posible,
según el ente local, no los hay. No los ameritan. Una comunidad de menos de 50
personas afectadas, no les compete. Para ellos, una inundación como esta, no es
un desastre; es una simple calamidad más.
“La ley pasa por encima que el bienestar
común. Cali es el único municipio en el que sucede una cosa de esas, y no se le
colabora a la gente con una colchoneta, con comida, con mercado, con café. En
los municipios de categoría 6, los más pobres y los más pequeños, no se
presenta esto. ¿Es justo que los soportes legales estén por encima de la ayuda
humanitaria?”, recalca Héctor, quien sabe lo que dice en su rol de abogado.
Ante la
indiferencia de los entes municipales, no queda más que acudir a otros. La
comunidad del barrio, aún sigue buscando ayuda. Rebuscándola, rellenando
papeles y siguiendo tramites que logren una repercusión a este grito de
auxilio.
Como lo
mencionaron en una de las reuniones en la casa de Guazá: “mientras no nos manifestemos, nosotros, no existimos. Seguimos siendo
invisibles”. Lo triste, es que aún lo son.