se ofrenda a la molécula en hermandad,
para demostrar que el amor universal,
nunca será individual.
Todo iba bien, hasta que llegó del sapiens, el homo;
consagrado al dios de la ambición,
proclamando no sabemos, por qué y cómo,
un individualismo sin condición.
Nos convencieron que aquél, era la piedra filosofal del progreso;
guardándose lo que es: del lastre, el plomo;
y descubriendo en éste, la fuerza del regreso,
para consolidarse con mucho a-plomo.
Su blasón de presentación,
era la no menos inicua iniciativa privada,
que de privada tenía un montón y de iniciativa pocón;
y demostraremos su celada.
Vaya nuestro reconocimiento al momento de inspiración,
que logró del problema, la solución;
reconociéndolo como merecida acción individual,
pero merced a la concreción y receptación social;
¡eh ahí, de la celada, el ardid!;
cuando el ente comunal siente: “¡perdí!”.
¿Existe ser viviente que reclame connotación,
por lo que es connatural a su preservación?;
si la abeja fuera humana, ¿cómo pagarle la defensa de su nido?;
¡la recompensa jamás podrá ser superior al beneficio recibido!
¿cuánto es dable?
¡hasta lo que socialmente sea saludable!
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