3.17.2012

Lustrando una historia



El calendario marcó un 13, para ser más exacta un martes… La filosofía popular dicta un mal augurio para dicho día; se supone que la mala suerte anda merodeando por doquier: no se sabe si te toque, en caso tal que te persiga, por más que corras, lo más seguro es que te alcance.´

Sin embargo, y ante dicho presagio replicado en la boca de mi madre decidí salir en una búsqueda. Tenía todos los elementos necesarios: lápiz, papel, y ganas; lo más importante.

Estuve encasillada en un pobre monólogo que mantuve gran parte del día: ¿A dónde ir?, no sé, ¿qué busco?, una historia. ¡Historias hay miles, de todo tipo, color, olor y sabor; no hay reglas, no hay límites… ¿Qué hago, qué escribo, qué busco?... No sé!

A eso de las11:54 am, por cosas de Dios, del destino, producto de la casualidad o como se le quiera llamar, me encontraba sentada en un muro frente al Edificio de la Alcaldía; La Plazoleta del Cam.

Durante largo rato me detuve a observar el comportamiento de los transeúntes que pasaban por ahí… Nada interesante. ¡Quiero algo más impactante; para así lograr representar por medio de la unidad, la posibilidad del todo… Algo de carácter social; se supone que decidí estudiar esta carrera por su apellido, ¿qué hago aquí?, el sol me pica, el calor me estorba, los mosquitos me acechan, y las palomas andan buscando un buen hombro donde depositar sus excrementos.

Y ahí fue cuando ante mis ojos, o más bien ante mi espalda, apareció. Semejante a una ilusión la imagen que buscaba estaba ahí, esa imagen que me conmovió y con solo verla me hizo reflexionar y tocar cada una de las fibras de mi alma: un embolador, con una sola pierna. ¿Un poco paradójico, verdad?.

No sabía cómo acercarme a él, temía herir susceptibilidades, recibir una mala respuesta de su parte, tal vez se rehusaría a hablar con una simple estudiante; pero me arme de valor, y más que de valor, de un simple argumento: La lección de vida que representa ver trabajar a un discapacitado, no tiene precio. Él vive de los pies, de embolar zapatos; contradictorio es que sólo tenga uno.

Sin pensarlo más, me acerqué. De un solo salto me dirigí hacia donde él estaba, deje atónito a mi acompañante, el sólo observaba con incredulidad… No recuerdo que le dije, sólo sé que a los pocos minutos, parecíamos conocidos ya.

“Mami, es que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”; fue la primera frase que salió de la boca de Bernardo Abadía; frase que retumbo en mis oídos, y tuvo un eco prolongado en mi cabeza, pues mientras lo miraba a sus ojos, observaba claramente un ejemplo de vida; un héroe, de esos desconocidos, de esos invisibles…

“Hace 30 años me accidenté en una moto, esas cosas le pasan a uno pa´ que aprenda. Iba con un amigo, habíamos estado tomando un guacal de cerveza entre los dos, y pues a mí me fue bien. Él murió de una, a mí me cortaron la pierna”, narraba con sentimiento, no sé si de nostalgia o tristeza. En ese momento quería salir corriendo… No quería importunarlo más con mis preguntas tontas, o hacerlo sentir mal al hacerle recordar esas cosas.

Y así fue, como transcurrieron los próximos 30 minutos de mi vida, entre la cruel disyuntiva: me quedo, o salgo corriendo ¡Deja de ser cobarde Lina María!; bueno, no debo exagerar tanto, creo que siempre tiendo a hacerlo… A los 10 minutos ya me sentía en confianza.

Bernardo, es un berraco… A sus 70 años se levanta a las 4 de la mañana, para coger un jeep que lo llevé a la Calle 10, y de ahí caminar con su piececito hasta la Plazoleta del Cam; donde permanece hasta eso de las 4 pm, y su odisea para lograr transportarse empieza de nuevo; vive a la vuelta de Cristo Rey.

Cobra $2.000 por cada embolada de zapatos, doy fe de su buen trabajo, vi como varios clientes saludaban y bromeaban con él; diariamente puede ganar $12.000 u $8.000; y eso que descontando lo del transporte y el alquiler del “métrico” donde guarda sus implementos: 14 betunes, 6 cepillos, 2 sillas, y un banquito de 25 cm de alto.

Lleva 21 años ubicado en el mismo rincón, 21 años que se ha sudado lo de la comidita; paga los servicios, el arriendo, y alimenta con ello a su esposa, quien conoció después de su accidente, y a su hijo, quién ese mismo martes 13 se iría a prestar servicio militar.

Su gran sueño: darle estudio a su hijo, su gran miedo: que su esposa lo abandone como lo hizo la primera, su gran dilema: ¿qué pasará hoy?, su aliciente: su familia, su gran amor: Dios, su gran dolor: su herida… Pero no la física, si no la del alma. Le duele; le pesa no haber valorado lo que tenía antes del accidente; cree que Dios le dio una oportunidad, más no un castigo.

Anonadada, embobada, embolatada y elevada… Me despedí de Don Bernardo, le prometí que le mostraría lo que escribiera acerca de él; ya lo estoy dudando, ¿Qué tal que no le guste?... No lo sé. Sólo sé, que mi alma se lleno de una gran satisfacción y un agradecimiento con la vida.

Don Bernardo, en sólo media hora se convirtió en ese ejemplo vivo, en una frase, en un dicho, en un consejo… en una lección:

Valora todo lo que tienes… Nada es producto de la casualidad, y sí la causalidad ha de bendecirte, retribuye a la vida; actúa bien, ayuda a quién te necesita y agradece día a día la oportunidad de soñar. Sueña, respira, ríe; “la vida sólo es una, y hay que gozársela mamita”(1)…





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