8.28.2013

Julio César.

‘Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé’, él lo sabe, Gardel lo supo.
‘En el 506 y en el 2000 también’, es un hecho, no lo soporta.
Que siempre ha habido chorros, Maquiavelos y estafaos’, siempre, una constante que no cambia.
‘Contentos y amagaos, valores y doblez’, no entiende el por qué.





La injusticia es su pesadilla, pero al mismo tiempo, su pan de cada día. Se llama Julio César, como aquél general romano, es un líder nato. Demasiado diplomático, con un toque de político y mucho de humano, cree que la vida es una batalla y que todos los días “hay que mantenerse en la lucha”.

-¿Dónde le gustaría vivir?
-“Donde la justicia determine las acciones de los hombres”.

-¿Cuál es su virtud favorita?
-“Poder de decisión”.

-¿Cuál es el rasgo principal de su carácter?
-“La fortaleza”.

Es fuerte y la vida se ha encargado de forjar su carácter, mientras él como artesano, forja hierro, su destino y el de más de 7 familias que dependen económicamente de su bolsillo. Es un ángel, le cortaron las alas, pero no pierde esa luz, ese brillo que se cuela en sus ojos, que vislumbra sueños, anhelos y cantidad infinita de buenas acciones.

Trabaja y trabaja, pero no como Uribe, a ese ni nombrárselo, trabaja como Neruda: ‘A mis obligaciones’, no se reserva nada, ‘a todos tengo que dar algo’, lo da todo.

Le gustaría poder cambiar y poder cambiarse, por qué no; sólo así podría vivir con el peso a cuestas de éste mundo: irrazonable, cáustico y cínico, el mundo que le tocó.

-¿Cuál es el sueño que más quisiera ver realizado?
-“La justicia social”.

-¿Cuál sería para usted la mayor desdicha?
-“La es. Vivir en un país injusto, como éste”

- ¿Qué caracteres históricos detesta?
-“Que la historia la escriban los vencedores, porque no siempre hay justicia en un resultado”.

El amor por el conocimiento, la entereza, el aplomo y la determinación como características no lo definen, él las define a ellas.



De Dostoievski conoce sus letras y coincide con él, en aquello de que “el secreto de la existencia no consiste solamente en vivir, sino en saber para qué se vive”.

8.22.2013

9-2=7

-¨Ay me duele, me duele, me duele ¿Dónde está Julio?, ¿por qué no llega?, ¡maldita sea! ¿Estará en el Estadio?, ¡llamálo, que se venga ya!¨
Fragmentos de palabras se sumaban a los alaridos de Aleyda.
Era un hecho, no aguantaba más.

Toqué la puerta, nadie contestaba, durante más de cinco horas esperé paciente, tic-tac, tic-tac, tic-tac, -¿cuánto más falta?, ya son las ocho-, nada pasaba. Me senté a un lado a ver cómo el tiempo se escurría, se escurría, al igual que lo hacía aquella agua que inundaba mi cerebro. Nada qué hacer, ahí ya estaba. Pasaron los siglos, no había reloj, a las 9:45 de la noche,comenzó la función.

Era un domingo, de esos parsimoniosos, de esos hechos para asaltar la armonía, para violar la rutina. De esos calurosos, de esos que nos sabe regalar Santiago, esta particular ciudad. Era un 27, de un año bisiesto. Ya estaba escrito, ese día, yo, tenía que llegar.

Ese 27 de septiembre se rompió algo, digo, se rompieron varias cosas, llegué haciendo daños: el florero del centro de mesa de mi casa, el llanto de mi madre, su fuente, devalúe el dólar en un 17.77%, pedí la extradición de Alán García, cogí a un tipo en Madrid que intentaba pasar 850 gramos de cocaína en un reloj de mesa, encontré armas químicas en Irak y puse a Faustino Asprilla y a Iván René Valenciano en los titulares de la prensa.

Daños, de esos pequeños, que se gestaron desde el primer día en que mi ‘cabezota’ llena de agua vio la luz de lo que ahora sería, su nuevo mundo.

Digo cabezota, en aumentativo, al parecer, jamás sería normal.

Las seis horas de espera mientras Julio César, mi papá, llegaba del Pascual de ver a su “glorioso”, concluyeron para mí en una enfermedad, de esas peligrosas. Mientras 22 hombres corrían detrás de una pelota, yo estaba jugándome la vida en una clínica al norte de la ciudad.

El líquido encefalorraquídeo inundaba mi cerebro, ensopaba mis neuronas, la hidrocefalia haría de mi cabeza un balón. Desde ese día, también nació hacia el futbol mi animadversión.

Nací, no me nacieron. Quería llegar, quería vivir, quería llorar, quería vibrar. Así fue como sobreviví y logré sobrepasar aquel obstáculo, que sólo una válvula de Hakim (científico y compatriota colombiano) podía quitar. Fui un milagro, de esos que se proclaman a grandes voces. Dios, la vida o el azar, por alguna razón que aún no me explico, me querían acá.

Ese año, mi año, pasaron cosas, como todos los años, como todos los días, como todas las horas. Nunca pasa nada, siempre pasa algo y sin embargo, qué difícil resulta encontrar en los vericuetos de la historia puntos exactos, escenarios concretos. Cada año, cada día, cada hora, ese pasado se hace más lejano.

En su lejanía, se alcanzan a divisar aciertos y desaciertos, hechos y deshechos que al unísono retumban en la memoria: desde el 2 de mayo de 1992 Colombia dio un paso adelante, digo, sus relojes, quienes se adelantaron una hora, debido al ‘Niño’ que había azotado al país, llevando al entonces presidente César Gaviria a optar por la medida que Juan Manuel Santos, Ministro de Comercio, le sugirió.

El tiempo marchaba y el país retrocedía. El racionamiento y los apagones trajeron consigo los fogones de leña, las pipas de gas, las velas y los radiecitos de pilas. Mientras Gaviria proclamaba su famosa frase “bienvenidos al futuro”; el neoliberalismo feroz enterraba por primera vez sus garras.

Afortunadamente, no todo es oscuro, ese mismo año se emitió por primera vez ‘La Luciérnaga’, que le dio en la cabeza a las trasmisiones del Canal Uno y el Canal A.

Mientras Amparito Grisales y Danilo Santos, atizaban pasiones y discordias en ‘El cuerpo ajeno’, Jorge Barón ya le echaba ‘agüita’ a la gente; y Pablo Escobar se fugaba de la cárcel de ‘La Catedral’ a las afueras de Medellín.

En ese mismo año, Argentina cambió de moneda, Estados Unidos estableció relaciones diplomáticas con Rusia, George H.W. Bush le perdonó la deuda a Camboya, Hugo Chávez falló en su golpe de estado, en España se aprobó la Ley de Seguridad Ciudadana, un atentado destruyó la embajada de Israel en Buenos Aires, Sixto Durán ganó las elecciones ecuatorianas, capturaron al ‘Pájaro’, hombre de confianza de Escobar; se estrenó el canal Cartoon Network y el Papa Juan Pablo II reconoció por fin, 350 años después, que la muerte de Galileo Galilei a manos de la iglesia, fue injusta.

Conmigo vinieron Neymar y Selena Gómez, se fueron Rafael Orozco y Daniel Santos. En Cuba, Dulce María Loinaz, obtuvo un Miguel de Cervantes; mientras Madonna, Serú Girán, Silvio Rodríguez y Soda Estéreo lanzaban sus álbumes.

Fue un año promisorio, sobre todo para este pedazo de 1.141.748 km² de tierra. Según The Economist en un informe especial sobre las perspectivas de la economía mundial de 1992, Colombia era el país con el giro más dramático (un giro positivo) del hemisferio occidental.
Pasaron cosas, como las que siempre pasan. Pero como cosas que pasan quedan en el pasado que pasó, pasado recordado como años de antaño.

De una antología de sucesos y decesos, queda un sabor magro en la punta de mi lengua. A veces siento que me equivoqué de época, tal vez no pertenezco sólo a una.


Hoy, mi mente es una amalgama de ideas húmedas, escurridizas; galimatías confusas. No es el líquido encefalorraquídeo, no, es la idea naufraga de que día a día, paso a paso, esquina a esquina sobrevive al torrencial aguacero de mis pensamientos: nuestra existencia está condenada. Estamos condenados a seguir construyendo, día a día, paso a paso, esquina a esquina: futuros olvidos.

8.08.2013

El arte camina en la calle


No hay eufonía en sus palabras, los tropiezos de su lengua se hacen evidentes. A decir verdad, no las necesita, su obra habla por él.


Los recuerdos, como el arte, están tirados en la calle. Ahí afuera, al alcance de cualquier ojo escrutador que se pose en sus sienes en busca de sentido, avivando los sentidos que sólo la pintura y su particular sensibilidad pueden despertar.


Ésta es la apuesta de Alberto Campuzano, un artista visual caleño formado en el Instituto Departamental de Bellas Artes; quien antes de graduarse ya vendía sus cuadros. Su talento y don para la pintura le hicieron merecedor de un Premio Nacional.

Entre arte, pinturas, lienzos y matices Alberto realizó sus estudios de postgrado en México, país donde residió cerca de 10 años. Estadía que permeó su visión, orientando su carrera a lo callejero, otorgándole esa visión fresca, liberal y altruista: al arte hay que sacarlo del museo.

El arte, ése chico rebelde y obstinado no aguanta más la presión de aquellas cuatro paredes que buscan protegerlo, que le otorgan esa comodidad y cualidad de deidad. Está cansado, quiere conocer el mundo, la ralea, la gentuza, la gente del común. Quiere vibrar con los acordes de la vida, quiere mirar pasar los minutos en un andén, quiere hablarle a sus ojos, quiere comunicarse con usted, eso que él quiere, es lo que quiere Campuzano.

Dentro de su trayectoria figura un trabajo realizado a mediados del 2008, un vídeo-libro llamado ‘Manual’, proyecto basado en los diálogos y apreciaciones de artistas, historiadores y personajes de ciudades como Buenos Aires, México y Bogotá, basado en historias del común, para gente del común.

Hoy, Alberto Campuzano se encuentra en un aula de clases, compartiendo su conocimiento y experiencia con los estudiantes de Artes Visuales de la Universidad Javeriana de Cali, estudiantes que encuentran en él un “muy buen teórico”*1. Mientras ahí afuera, aquél desinhibido camina al lado suyo, no es raro verlo sentado por ahí tomándose una birra, no es raro verlo contonearse al compás de una guitarra desafinada, no es raro verlo junto a usted. Así es él, caprichoso, sólo como el arte lo es.