-¨Ay me duele, me duele,
me duele ¿Dónde está Julio?, ¿por qué no llega?, ¡maldita sea! ¿Estará en el
Estadio?, ¡llamálo, que se venga ya!¨
Fragmentos de palabras se sumaban a
los alaridos de Aleyda.
Era un hecho, no aguantaba más.
Toqué
la puerta, nadie contestaba, durante más de cinco horas esperé paciente,
tic-tac, tic-tac, tic-tac, -¿cuánto más falta?, ya son las ocho-, nada pasaba. Me
senté a un lado a ver cómo el tiempo se escurría, se escurría, al igual que lo
hacía aquella agua que inundaba mi cerebro. Nada qué hacer, ahí ya estaba. Pasaron
los siglos, no había reloj, a las 9:45 de la noche,comenzó la función.
Era
un domingo, de esos parsimoniosos, de esos hechos para asaltar la armonía, para
violar la rutina. De esos calurosos, de esos que nos sabe regalar Santiago,
esta particular ciudad. Era un 27, de un año bisiesto. Ya estaba escrito, ese
día, yo, tenía que llegar.
Ese
27 de septiembre se rompió algo, digo, se rompieron varias cosas, llegué
haciendo daños: el florero del centro de mesa de mi casa, el llanto de mi madre,
su fuente, devalúe el dólar en un 17.77%, pedí la extradición de Alán García,
cogí a un tipo en Madrid que intentaba pasar 850 gramos de cocaína en un reloj
de mesa, encontré armas químicas en Irak y puse a Faustino Asprilla y a Iván René
Valenciano en los titulares de la prensa.
Daños,
de esos pequeños, que se gestaron desde el primer día en que mi ‘cabezota’
llena de agua vio la luz de lo que ahora sería, su nuevo mundo.
Digo
cabezota, en aumentativo, al parecer, jamás sería normal.
Las
seis horas de espera mientras Julio César, mi papá, llegaba del Pascual de ver
a su “glorioso”, concluyeron para mí en una enfermedad, de esas peligrosas.
Mientras 22 hombres corrían detrás de una pelota, yo estaba jugándome la vida
en una clínica al norte de la ciudad.
El
líquido encefalorraquídeo inundaba mi cerebro, ensopaba mis neuronas, la
hidrocefalia haría de mi cabeza un balón. Desde ese día, también nació hacia el
futbol mi animadversión.
Nací,
no me nacieron. Quería llegar, quería vivir, quería llorar, quería vibrar. Así
fue como sobreviví y logré sobrepasar aquel obstáculo, que sólo una válvula de
Hakim (científico y compatriota colombiano) podía quitar. Fui un milagro, de
esos que se proclaman a grandes voces. Dios, la vida o el azar, por alguna
razón que aún no me explico, me querían acá.
Ese
año, mi año, pasaron cosas, como todos los años, como todos los días, como
todas las horas. Nunca pasa nada, siempre pasa algo y sin embargo, qué difícil
resulta encontrar en los vericuetos de la historia puntos exactos, escenarios
concretos. Cada año, cada día, cada hora, ese pasado se hace más lejano.
En
su lejanía, se alcanzan a divisar aciertos y desaciertos, hechos y deshechos
que al unísono retumban en la memoria: desde el 2 de mayo de 1992 Colombia dio
un paso adelante, digo, sus relojes, quienes se adelantaron una hora, debido al
‘Niño’ que había azotado al país, llevando al entonces presidente César Gaviria
a optar por la medida que Juan Manuel Santos, Ministro de Comercio, le sugirió.
El
tiempo marchaba y el país retrocedía. El racionamiento y los apagones trajeron
consigo los fogones de leña, las pipas de gas, las velas y los radiecitos de
pilas. Mientras Gaviria proclamaba su famosa frase “bienvenidos al futuro”; el
neoliberalismo feroz enterraba por primera vez sus garras.
Afortunadamente,
no todo es oscuro, ese mismo año se emitió por primera vez ‘La Luciérnaga’, que
le dio en la cabeza a las trasmisiones del Canal Uno y el Canal A.
Mientras
Amparito Grisales y Danilo Santos, atizaban pasiones y discordias en ‘El cuerpo
ajeno’, Jorge Barón ya le echaba ‘agüita’ a la gente; y Pablo Escobar se fugaba
de la cárcel de ‘La Catedral’ a las afueras de Medellín.
En
ese mismo año, Argentina cambió de moneda, Estados Unidos estableció relaciones
diplomáticas con Rusia, George H.W. Bush le perdonó la deuda a Camboya, Hugo
Chávez falló en su golpe de estado, en España se aprobó la Ley de Seguridad
Ciudadana, un atentado destruyó la embajada de Israel en Buenos Aires, Sixto
Durán ganó las elecciones ecuatorianas, capturaron al ‘Pájaro’, hombre de confianza
de Escobar; se estrenó el canal Cartoon
Network y el Papa Juan Pablo II reconoció por fin, 350 años después, que
la muerte de Galileo Galilei a manos de la iglesia, fue injusta.
Conmigo vinieron Neymar
y Selena Gómez, se fueron Rafael Orozco y Daniel Santos. En Cuba, Dulce María
Loinaz, obtuvo un Miguel de Cervantes; mientras Madonna, Serú Girán, Silvio
Rodríguez y Soda Estéreo lanzaban sus álbumes.
Fue un año
promisorio, sobre todo para este pedazo de 1.141.748 km² de tierra. Según The
Economist en un informe especial sobre las perspectivas de la economía
mundial de 1992, Colombia era el país con el giro más dramático (un giro
positivo) del hemisferio occidental.
Pasaron cosas, como las que siempre pasan. Pero como cosas
que pasan quedan en el pasado que pasó, pasado recordado como años de antaño.
De una antología de sucesos y decesos, queda un sabor magro
en la punta de mi lengua. A veces siento que me equivoqué de época, tal vez no
pertenezco sólo a una.
Hoy, mi mente es una amalgama de ideas húmedas, escurridizas;
galimatías confusas. No es el líquido encefalorraquídeo, no, es la idea
naufraga de que día a día, paso a paso, esquina a esquina sobrevive al
torrencial aguacero de mis pensamientos: nuestra existencia está condenada.
Estamos condenados a seguir construyendo, día a día, paso a paso, esquina a
esquina: futuros olvidos.