Aquí, la música no es sólo eso. Aquí,
es un espíritu, un alma, una negra con un corazón grande y de voz ronca. Una
tradición que va de boca en boca, de canto en canto. Aquí, en esta tierra: un
punto perdido entre el agua del río y el mar. El Pacífico Sur canta, vibra y
baila al son de su propio compás.
Ella,
cuelga del techo. El corazón le late y cuando Genaro la toca, empieza a cantar.
Ella, ‘La Marimba de los Espíritus’, con sus más de 80 años, marca el tono que
las cantadoras seguirán con su Guasá. El bombo, lleva la base y el punto. El
río, camina lento a sus pies.
Allí
están ‘Los Torres’, o al menos cuatro de sus integrantes: Pacho, Genaro, Eloisa
y Mercedes. Hijos, primos, nietos, herederos de esta tradición. Se dice que
Leonte, su abuelo, fue el primero en construir una marimba por esta región.
Guiado por el diablo, aprendió a tocar cada nota como nadie más lo haría, como
nadie más lo ha hecho. Cuentan que le echaba la bendición a sus catorce hijos
con la punta de caucho de las baquetas, antes de golpear un pedazo de madera de
chonta musical.
A cinco
metros sobre el nivel del mar, 2688 kilómetros cuadrados alojan a más de 30.759
habitantes. 30.759 guapireños pertenecientes a esta tierra fértil. Más que a la
tierra, al río. A ese río grande que bautiza a su municipio. El río Guapi es la
arteria aorta de esta población. De sus aguas, no sólo sale su alimento, su
sustento, su bebida; de allí, brota su música, sus cantos, y por qué no, sus
sueños.
“Él vive en cada canción”, recalca
Carmenza Ocoró, “nosotras cantamos al son de la marea”. Así es como ella, cantadora
de cuna, explica la importancia del río en sus tonadas, en la fuerza dueña de
su voz: “Mientras más duro suena el río,
más duro habla la gente. Más fuerte cantan las de allá”; lo dice, mientras
señala al norte, donde están veredas como San Antonio, El Carmen y Limones;
veredas que son casa de más mujeres, que como ella, le cantan a la vida, a la
virgen María, a los santos, a su razón de ser: el agua que las vio crecer.
Y es
que ellas crecen cantando. Dicen que una cantadora no se hace, una cantadora
nace, y fieles a su devoción, se dedican a ello toda su vida; le regalan su voz
a los años.
-¿Desde cuándo empezó cantar,
Doña María?
“Yo empecé a cantar desde que nací. Desde que
tuve uso de razón. Una nace con un don. Nadie nos enseña nada. Sólo con el oído
aprendemos. En ese tiempo, una no tenía estudio de música, lo hacía con la voz
de Dios”, cuenta Doña María, quien con sus más de 80 años, es una de las
cantadoras más viejas de la región.
La
vida, nació con la música. Según Doña María y la sabiduría popular, el Niño
Dios, trajo consigo los arrullos, y con ellos, la razón de ser de esta
tradición: “La mamá de la virgen María es
Santa Ana. Cuando el Niño ya había nacido, la mula y el buey que estaban al
lado, lo arrullaban. En ese momento ella empezó a cantar. Nosotras le
respondemos:Abuela Santa Ana, qué dirán de vos, que sos soberana y abuela de
Dios”.
Paola
Ponce, también es cantadora. Tiene 19 años, y su sonrisa es de color algodón.
Es dulce, como un turrón de azúcar, y encanta a cualquiera con su voz: “A mí me gusta la música folclórica, pero yo
canto baladas. Hace cuatro años gané un concurso en el colegio. Sin embargo,
las demás cantadoras no están de acuerdo; me tocó dejar la otra música para no
traicionar la tradición”, se cuestiona mientras nos cuenta, se pregunta por
qué otros géneros no son permitidos, por qué hay canciones que no caben en su
voz.
Las
matronas, la señalan. Ella calla, pero sabe que algún día la vida le dará la
oportunidad de hacer una fusión: “más
adelante, me gustaría hacer algo diferente. Tener en cuenta la música
folclórica, pero no dejar lo que me gusta”. Paola, es de las pocas
adolescentes que han salido de Guapi; con el orgullo de representar a su gente.
Con el grupo Amanecer Guapireño ocupó el tercer lugar en la categoría de
Marimba en el Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez de este año.
Las
cantadoras son la música y su letra; la tonada y el ritmo que deben seguir los demás
instrumentos. Son las mujeres que acompañan al grupo y le regalan la energía de
su voz. Una agrupación musical se compone de más de seis instrumentos: una
marimba, dos bombos –un arrullador y un golpeador-, dos cununos –una hembra y
un macho-, y los guasás.
La
marimba, es un armazón de 23 láminas de madera de chonta, 23 tubos de guadua, y
un tronco bañado en fibra vegetal. Su fabricación es manual, su afinación al
sentido, es decir, al oído del marimbero que intenta afinar el resonador. El 18
de julio de 2011, la marimba fue reconocida por la Unesco como Patrimonio
Inmaterial de la Humanidad. Otro orgullo colombiano como el Carnaval de
Barranquilla, San Basilio de Palenque, el Carnaval de Blancos y Negros, y las
procesiones de la Semana Santa en Popayán, que también hacen parte de la lista.
El bombo,
por su parte, más que un tambor,es el condimento que da el sabor. Despojado de
su carne, el árbol de balso se convierte en instrumento. El arrullador, que es
más pequeño, lleva la base; y el golpeador, que es más grande, le da fuerza a
cada canción. Las baquetas, más conocidas como palos, están hechas de esta
madera también. La punta, recubierta de cuero de vaca o de caucho, brama como
un animal con cada toque que se da.
Los
cununos, se diferencian por su sexo y tamaño. El macho tiene 120 cm de altura,
mientras su hembra, tan sólo 60. El hombre, es bajo y ronco: es el que repica.
La mujer, lleva una tonada alta y clara: es la que lleva el compás. Se toca con
la mano, con las palmas, con los dedos, con la piel.
El
guasá, es un trozo de guadua cerrado por dos discos de caña de balso. Está
llenito de piedras, de semillas secas, de achiras. Quienes lo fabrican, ven en
ese pedazo de 60 cm un lienzo: dibujan líneas, figuras geométricas y
ondulantes. Le dan personalidad, fuerza y hermosura, que se reflejan en las
sacudidas que le pegan al corazón.
-¿Se va a purgar?
Pregunta
Pacho, mientras ofrece tragos amargos de Viche para empezar el ‘rumbón’.
Es una
casa zurda, echada pa’ un lao’. A decir verdad, está a punto de caerse. Nueve
escalones de madera la separan del río. Abajo, algunos cangrejos pequeños
escuchan con atención. Las hendijas del tiempo dejan pasar el sol. Arriba, no
es techo. Es el atardecer reflejado en el río que se mete en la casa. Son sus
ondulaciones, sus curvas, su sensualidad. Es el agua que baila en el techo, y
nos anima también a bailar.
-¡Ay démele palo!,
arrulla
Genaro mientras toca la marimba.
- a la condenaa…
Responden
Eloisa y Mercedes, mientras agitan con una furia indómita sus guasás.
Francisco
y Genaro, son sólo dos de los nueve hijos de José Antonio Torres. Hermanos de
Gualajo -merecedor del premio Vida y Obra del Ministerio de Cultura del año
2013-, siguen viviendo en la misma casa de madera que construyó su abuelo en
Sansón,corregimiento a 15 minutos en lancha rápida desde Guapi. Esa caja
musical, se ha convertido en un conservatorio para los más importantes
exponentes de la música tradicional del Pacífico Sur. Hugo Candelario, aprendió
allí a tocar ese instrumento, que para Los Torres, es más que un simple“plato de madera”:
“La marimba tiene espíritu. A
como uno está hablando, así tiene que hablar ella. Una marimba solamente hecha,
no puede cantar, es sólo un plato. Eso apenas hace bulla. A ella, le tiene que
poner corazón. La marimba es armonía, es alegría; usted se puede estar
muriendo, pero si oye en una marimba, un bambuco, usted se para a ver qué
queda. Usted la escucha y no quiere morirse. Es lo primero y lo último de esta
vida”,
reflexiona Genaro, el hermano mayor.
Pacho,
por su parte, mastica bien sus palabras antes de escupirlas. Prefiere
tragárselas y pasarlas con un trago de viche. Mirando fijamente a la nada,
revela en su afirmación un todo amargo: “a
la marimba de hoy en día, le hace falta corazón”.
Recuerda
como en sus tiempos la columna vertebral de la vida, era la música. Esa música
sagrada que hace hervir su sangre y lo llena de emoción: “Nosotros nacimos sobre la música. Esto viene de nuestras raíces, porque
esto es de África y somos afrocolombianos.Ahora es que se están poniendo a
hacer la marimba con afinador, con
afinador de piano. La marimba queda elegante, pero sin alma, sólo con cuerpo”.
-¿Acaso la marimba está viva?
Ríe. Se
quita el ‘Piel Roja’ de la boca, y dejando escapar una bocanada de humo azul,
hace un gesto con su mano derecha; calla los pensamientos e invita sólo a
escuchar.
-Poromponpón,poromponpón,
poromponpón-, late
el corazón.
Silvino
Mina, es otro de los grandes exponentes de la música tradicional. Este año fue
homenajeado en el Festival Petronio Álvarez reconociendo su gran influencia en
el ámbito cultural. Tiene 84 años, cuatro hijos, dos dientes y lleva encima
cuatro operaciones de hernia en el mismo lugar. Está sentado, mirando al infinito,
esperando a que la vida le responda el porqué de su soledad: Solo, solo, solo.Así es cómo me siento”,
repite una y otra vez.
Lleva una camiseta amarilla ya curtida
por los años, y una pantaloneta gris remarcada con letras negras a los costados
que hablan otro idioma y gritan en mayúscula: ‘QUICKSTOWN’. En su cabeza, una
gorra negra marca Puma; en su cuello, un escapulario plateado; en sus pies,
unos crocsEvacol con huequitos. Orificios pequeños por los cuales se le meten
los mosquitos como hormigas, buscando su nido.Más que un Mina, es una mina de
conocimiento:
“Tengo más de 80 años. Yo empecé a tocar
marimba de muchachito. Cuando nací, encontré en mi casa una marimba negrita, un
bombo, y un cununo. Yo no tuve nadies que me enseñara. Solo, solito aprendí.
Cuando tocaba me sentía alegre, era muy feliz”.
Recuerda
Silvino, mientras se queja de un dolor en su brazo derecho que no lo deja
trabajar. Por estos días, Elkin, su nieto, es quien fabrica los pedidos de
instrumentos a entregar: “este brazo ya
no lo puedo mover. Llevo varios días pringándome con agua mala, pero nada. Nada
pasa”.En sus ojos se forma un río de lagrimas de sal: “A veces me coge un asaramiento terrible. Ya tengo los sentidos perdidos”,
remata.
Y es
que Mina, no es el único al que los sentidos traicionan. Guapi, de alguna
manera lo padece: se está quedando sordo. A pesar de que el Ministerio de
Cultura y la Coordinación Departamental de Cultura, en asociación con la
Alcaldía de Guapi, destinan anualmente un dinero para promover la fabricación
de marimbas bajo el programa ‘Oí marimba’, éste se pierde. Más de cien millones
de pesos que se diluyen entre los dedos de quién sabe quién, mientras en Guapi,
las marimbas que quedan no alcanzan a llenar ambas manos.
La
corrupción, hecha hombre y bajo el nombre de Yarlei Ocoró, exalcalde de Guapi;
salió corriendo de su despacho el pasado 12 de agosto del presente año. Doce
multas por no rendición de cuentas, negligencia y abandono de cargo, hacen
parte del prontuario que adorna los documentos de la Contraloría General del
Cauca desde su suspensión.
Aquí,
donde la gasolina cuesta cuatro mil pesos más y el 80% de la población
pertenece al estrato uno;la música, ha logrado callar a la violencia,hacerse
oír, y devolverle la tranquilidad a sus habitantes. Quienes indiferentes ante
esta situación, prefieren entonar un arrullo y olvidar sus penas con una
canción.
A pesar
de los malos tragos, Guapi no pierde su ilusión. Yamilé Cortés, cantadora del
grupo Semblanza –quienes este año ocuparon el segundo lugar del Festival
Petronio Álvarez en la categoría de marimba- sueña y cree fielmente en el poder
de una canción: “Yo no pensé que la
música me fuera a llevar tan lejos, no sólo nos abrió muchas puertas, sino
también los ojos. Aquí nunca nos enseñaron a soñar, a ver más allá de estas
cuatro paredes”.
Cuatro
paredes formadas por río y por selva. A Guapi, como a los demás municipios del
Departamento del Cauca, ubicados lejos de las urbes, sólo se llega por aire o
por mar. Los niños juegan en la calle, su inocencia se hace notar: “Yo todos los días me tiro al río a nadar, o
si no uno coge un olor feísimo”, nos dice Juan, de nueve años, mientras
eleva sus sueños pegados a la cola de bolsas plásticas que adornan su cometa.
La
música es una bendición. Es la puerta de salida, de salida de emergencia. Es
esa que mantiene abierta y muestra a los jóvenes y niños, nuevos caminos por
recorrer, senderos por rehacer. El futuro más azul que gris, ondea sobre sus
cabezas y les recuerda que para llegar al cielo, deben aferrarse a sus raíces.
A su música. A su sabiduría: a la popular.
A 10
kilómetros de Guapi, está Sansón:
En esa
casa en medio de la nada, no sólo se escucha. Allí se siente, se vive, se
prende, y se aprende. Es una energía indescriptible. Cuando la familia Torres toca,
el tiempo llega con una botella bajo el brazo. Se detiene y ya no quiere más
correr. Se queda allí y se deja llevar suavecito por el arrullo a San Antonio.
Descansa y nace ahí, un instante eterno.
Currulaos’,
bogas, bundes, jugas y abozaos’, aplauden mientras esperan impacientemente su turno.
El turno de bailar, y hacer mover hasta las vigas de madera que sostienen
nuestra humanidad.
Ya son las
6:30 pm. El atardecer nos abraza, la música para. Del río, ya sólo nos separa
un solo escalón.
“¡Lástima que uno se muera!”, le gritan ‘Los Torres’ a la vida que
los vio nacer.