11.19.2014

Agúzate

Como en todo romance, siempre hay un punto de quiebre. Un hasta luego que parece adiós. ¿Un dueto musical sufre también los rigores del amor? Esta la historia del noviazgo que durante cincuenta años ha mantenido unidos –aunque no siempre- a Richie Ray y Bobby Cruz.  “Yo lo necesito, los dos somos uno”, dice Richie hablando del que podría ser el hombre de su vida.




Aquel lunes a Richie se le puso “temblorosa la mente”. No sabía qué pasaba, algo le faltaba. El vacío entre él y su vida se agrandaba. Lo primero que pensó: “estoy fumando demasiada marihuana”, pero no.  En un monólogo con Richie, Ricardo le decía que era Dios. Podía escuchar su voz como si le susurrara al oído: “yo soy todo lo que tú necesitas”. Ese día, la bestia, el Rey de la Salsa, el de la combinación 3-4-7 que revolucionó el ámbito musical, comprobó que aquella canción grabada cuatro años antes, sería como una predicción: Siento una voz que me dice agúzate, que te están velando.

Ricardo Maldonado y Richie Ray son el mismo hombre con diferente nombre. El mismo hombre que aquél lunes de 1974 se partió en dos, como su vida y su carrera musical. Ya llevaba bastante tiempo sintiéndose como Pagliacci, se veía a sí mismo como un payaso que llora por dentro. Como un músico completo, con una vida vacía. Lo primero que hizo, como siempre, fue llamar a su hermano del alma, a su compañero de orquesta, a su otro yo:

-¡Bobby, el Señor me habló!

-¿Qué te dijo?, ¿cuánto va a pagar?

Roberto Cruz, Bobby Cruz, no entendió. Ese mismo año se habían ganado un concurso en el Coliseo Roberto Clemente de Puerto Rico, una maratón de 12 horas que los posicionaría en la cima, ya no eran Los Durísimos, como para ese entonces se les conocía. Ahora eran los reyes de su género: Los Reyes de la Salsa. Bobby, pensaba que se trataba de una nueva presentación; jamás imaginó que aquél lunes, aquella llamada, aquella semana, marcarían el fin de su relación. Richie, vivía un proceso interno de conversión, que para Bobby no era más que una locura del montón.

-¿Qué pasa?, ¡te volviste loco!  Bobby repetía. Al igual que los presentadores de entretenimiento en las principales cadenas de televisión de Nueva York. ¿Cómo era posible?, nadie lo sabía. Sin embargo, Richie mantenía firme su desición: “A mí me encantaba todo lo malo, pero era una propuesta que no podía rechazar. Necesitaba cambiar, aunque para mí esa gente era pentecostal”.

Después del escándalo, una brecha se abrió entre los dos. Las discusiones comenzaron, los días se alargaron, el desencuentro se convirtió en desesperación:
-Richie, te traigo algo que no puedes rechazar.

Afirmaba Bobby, con gran convicción mientras abrazaba con cada uno de sus brazos a dos mujeres de belleza prodigiosa. Unas gemelas paisas que se acomodaban el cabello mientras Richie abría la puerta de su habitación en un hotel de Nueva York.

- “Eran hermosas, despampanantes. Pero en el cuarto, empecé a hablarles de Dios”.

El  comienzo del fin, terminó. Ya era definitivo. Richie había perdido la cabeza y Bobby su paciencia al escucharle hablar de Dios. De inmediato, Bobby consiguió un nuevo pianista, buscando un consuelo en los dedos musicales de otro amor.

A pesar de la separación, Richie tenía la esperanza de volverse a encontrar con su compañero. La música de Bobby sin el piano de Richie, no tenía razón.

Aunque muchos sospechaban y aseguraban que eran homosexuales por la cercanía que los caracterizaba; el único homosexual  resultó siendo el tercero en este triángulo de amor. El punto de divergencia y el motivo de desunión, veía en Bobby una pareja, no sólo en el ámbito musical, sino también, del corazón.

Cuatro meses pasaron para que lo obvio sucediera: mi amor por ti, no ha terminado... te confieso mi amor, estoy desesperado. Richie, lo recibió con los brazos abiertos y con la biblia en la mano: “te presentó a la salvación”.




11.18.2014

Laura Restrepo: Laura de mi amor.




Laura, no es una mujer normal. Tiene los ojos bien abiertos y los oídos bien despiertos, a tal punto que no puede dejar de preguntarse y preguntar el porqué de todo.

Nació en 1950, estudió filosofía y letras en la Universidad de los Andes para luego enfocarse en las Ciencias Políticas. Fue maestra, activista, periodista y ahora, escritora. Una de las mejores.

Es zurda, izquierdista. Jugó con el Trotskismo como militancia política, al igual que jugó un papel importante en los procesos de negociación con el M19 durante los años 80. Como parte del Comité de Verificación de Paz, siempre andaba con un pañuelo blanco en el bolsillo: no sabía cuándo tenía que amarrarlo a un palo y usarlo como escudo ante el fuego cruzado.

Tuvo que abandonar el país, se refugió en México donde el diario La Jornada y la revista Proceso labraron sus caminos como periodista. Cinco años después regresó a su patria, “donde la muerte campea, reina y señora", a trabajar para la revista Semana y la revista Cromos. Llegó incluso a dirigir el Instituto de Cultura y Turismo de Bogotá.

Sus relatos, todos y cada uno de ellos, tienen un sello personal; una marca que sólo ella les puede dar. Ésos testimonios de vida, ésa construcción sencilla pero eficaz de los personajes, ésa particular descripción de los espacios, ésa prosa ágil y directa, ése sentido del humor, ésa manera diferente y característica de narrar, ésa maña de trasgredir las normas, de comerse los puntos, de jugar con el lenguaje; ésa Laura que tilda adrede palabras porquesí, es la misma de la que cualquiera se puede enamorar.

Casada con el periodismo narrativo, se dejó seducir por la magia de la literatura: “En la ficción hay una capacidad de interpretación que va un poco más allá”. Sin embargo, y a pesar de que desde los 90 se haya decidido por la musa literaria, sus producciones, siempre, sin excepción alguna, terminan salpicadas por su primer amor: el oficio periodístico.


Sus letras, siempre impregnadas de pasión: amor y dolor, no sólo retratan un país verde y sangrante como Colombia, sino también, muestran los enredos y nudos de la existencia humana a través de historias simples. Historias únicas, personajes singulares, lugares que hablan, palabras que saltan y se convierten en barcos de papel, capaces de llevar al lector a otros mundos.


Laura, no es una mujer normal. Para mí, es la mejor periodista y escritora de este país de ficción.


"La vida se debate en aguas profundas mientras las palabras y las explicaciones resbalan sobre la lisura de la superficie".








11.09.2014

Cuando el Pacífico es canción.




Aquí, la música no es sólo eso. Aquí, es un espíritu, un alma, una negra con un corazón grande y de voz ronca. Una tradición que va de boca en boca, de canto en canto. Aquí, en esta tierra: un punto perdido entre el agua del río y el mar. El Pacífico Sur canta, vibra y baila al son de su propio compás.

Ella, cuelga del techo. El corazón le late y cuando Genaro la toca, empieza a cantar. Ella, ‘La Marimba de los Espíritus’, con sus más de 80 años, marca el tono que las cantadoras seguirán con su Guasá. El bombo, lleva la base y el punto. El río, camina lento a sus pies.

Allí están ‘Los Torres’, o al menos cuatro de sus integrantes: Pacho, Genaro, Eloisa y Mercedes. Hijos, primos, nietos, herederos de esta tradición. Se dice que Leonte, su abuelo, fue el primero en construir una marimba por esta región. Guiado por el diablo, aprendió a tocar cada nota como nadie más lo haría, como nadie más lo ha hecho. Cuentan que le echaba la bendición a sus catorce hijos con la punta de caucho de las baquetas, antes de golpear un pedazo de madera de chonta musical.

A cinco metros sobre el nivel del mar, 2688 kilómetros cuadrados alojan a más de 30.759 habitantes. 30.759 guapireños pertenecientes a esta tierra fértil. Más que a la tierra, al río. A ese río grande que bautiza a su municipio. El río Guapi es la arteria aorta de esta población. De sus aguas, no sólo sale su alimento, su sustento, su bebida; de allí, brota su música, sus cantos, y por qué no, sus sueños.

Él vive en cada canción”, recalca Carmenza Ocoró,  “nosotras cantamos al son de la marea”. Así es como ella, cantadora de cuna, explica la importancia del río en sus tonadas, en la fuerza dueña de su voz: “Mientras más duro suena el río, más duro habla la gente. Más fuerte cantan las de allá”; lo dice, mientras señala al norte, donde están veredas como San Antonio, El Carmen y Limones; veredas que son casa de más mujeres, que como ella, le cantan a la vida, a la virgen María, a los santos, a su razón de ser: el agua que las vio crecer.

Y es que ellas crecen cantando. Dicen que una cantadora no se hace, una cantadora nace, y fieles a su devoción, se dedican a ello toda su vida; le regalan su voz a los años.

-¿Desde cuándo empezó cantar, Doña María?

Yo empecé a cantar desde que nací. Desde que tuve uso de razón. Una nace con un don. Nadie nos enseña nada. Sólo con el oído aprendemos. En ese tiempo, una no tenía estudio de música, lo hacía con la voz de Dios”, cuenta Doña María, quien con sus más de 80 años, es una de las cantadoras más viejas de la región.

La vida, nació con la música. Según Doña María y la sabiduría popular, el Niño Dios, trajo consigo los arrullos, y con ellos, la razón de ser de esta tradición: “La mamá de la virgen María es Santa Ana. Cuando el Niño ya había nacido, la mula y el buey que estaban al lado, lo arrullaban. En ese momento ella empezó a cantar. Nosotras le respondemos:Abuela Santa Ana, qué dirán de vos, que sos soberana y abuela de Dios”.


Paola Ponce, también es cantadora. Tiene 19 años, y su sonrisa es de color algodón. Es dulce, como un turrón de azúcar, y encanta a cualquiera con su voz: “A mí me gusta la música folclórica, pero yo canto baladas. Hace cuatro años gané un concurso en el colegio. Sin embargo, las demás cantadoras no están de acuerdo; me tocó dejar la otra música para no traicionar la tradición”, se cuestiona mientras nos cuenta, se pregunta por qué otros géneros no son permitidos, por qué hay canciones que no caben en su voz.

Las matronas, la señalan. Ella calla, pero sabe que algún día la vida le dará la oportunidad de hacer una fusión: “más adelante, me gustaría hacer algo diferente. Tener en cuenta la música folclórica, pero no dejar lo que me gusta”. Paola, es de las pocas adolescentes que han salido de Guapi; con el orgullo de representar a su gente. Con el grupo Amanecer Guapireño ocupó el tercer lugar en la categoría de Marimba en el Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez de este año.

Las cantadoras son la música y su letra; la tonada y el ritmo que deben seguir los demás instrumentos. Son las mujeres que acompañan al grupo y le regalan la energía de su voz. Una agrupación musical se compone de más de seis instrumentos: una marimba, dos bombos –un arrullador y un golpeador-, dos cununos –una hembra y un macho-, y los guasás.


La marimba, es un armazón de 23 láminas de madera de chonta, 23 tubos de guadua, y un tronco bañado en fibra vegetal. Su fabricación es manual, su afinación al sentido, es decir, al oído del marimbero que intenta afinar el resonador. El 18 de julio de 2011, la marimba fue reconocida por la Unesco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Otro orgullo colombiano como el Carnaval de Barranquilla, San Basilio de Palenque, el Carnaval de Blancos y Negros, y las procesiones de la Semana Santa en Popayán, que también hacen parte de la lista.

El bombo, por su parte, más que un tambor,es el condimento que da el sabor. Despojado de su carne, el árbol de balso se convierte en instrumento. El arrullador, que es más pequeño, lleva la base; y el golpeador, que es más grande, le da fuerza a cada canción. Las baquetas, más conocidas como palos, están hechas de esta madera también. La punta, recubierta de cuero de vaca o de caucho, brama como un animal con cada toque que se da.

Los cununos, se diferencian por su sexo y tamaño. El macho tiene 120 cm de altura, mientras su hembra, tan sólo 60. El hombre, es bajo y ronco: es el que repica. La mujer, lleva una tonada alta y clara: es la que lleva el compás. Se toca con la mano, con las palmas, con los dedos, con la piel.
El guasá, es un trozo de guadua cerrado por dos discos de caña de balso. Está llenito de piedras, de semillas secas, de achiras. Quienes lo fabrican, ven en ese pedazo de 60 cm un lienzo: dibujan líneas, figuras geométricas y ondulantes. Le dan personalidad, fuerza y hermosura, que se reflejan en las sacudidas que le pegan al corazón.

-¿Se va a purgar?

Pregunta Pacho, mientras ofrece tragos amargos de Viche para empezar el ‘rumbón’.

Es una casa zurda, echada pa’ un lao’. A decir verdad, está a punto de caerse. Nueve escalones de madera la separan del río. Abajo, algunos cangrejos pequeños escuchan con atención. Las hendijas del tiempo dejan pasar el sol. Arriba, no es techo. Es el atardecer reflejado en el río que se mete en la casa. Son sus ondulaciones, sus curvas, su sensualidad. Es el agua que baila en el techo, y nos anima también a bailar.

-¡Ay démele palo!,
arrulla Genaro mientras toca la marimba.
- a la condenaa…

Responden Eloisa y Mercedes, mientras agitan con una furia indómita sus guasás.

Francisco y Genaro, son sólo dos de los nueve hijos de José Antonio Torres. Hermanos de Gualajo -merecedor del premio Vida y Obra del Ministerio de Cultura del año 2013-, siguen viviendo en la misma casa de madera que construyó su abuelo en Sansón,corregimiento a 15 minutos en lancha rápida desde Guapi. Esa caja musical, se ha convertido en un conservatorio para los más importantes exponentes de la música tradicional del Pacífico Sur. Hugo Candelario, aprendió allí a tocar ese instrumento, que para Los Torres, es más que un simple“plato de madera”:

“La marimba tiene espíritu. A como uno está hablando, así tiene que hablar ella. Una marimba solamente hecha, no puede cantar, es sólo un plato. Eso apenas hace bulla. A ella, le tiene que poner corazón. La marimba es armonía, es alegría; usted se puede estar muriendo, pero si oye en una marimba, un bambuco, usted se para a ver qué queda. Usted la escucha y no quiere morirse. Es lo primero y lo último de esta vida”, reflexiona Genaro, el hermano mayor.

Pacho, por su parte, mastica bien sus palabras antes de escupirlas. Prefiere tragárselas y pasarlas con un trago de viche. Mirando fijamente a la nada, revela en su afirmación un todo amargo: “a la marimba de hoy en día, le hace falta corazón”.

Recuerda como en sus tiempos la columna vertebral de la vida, era la música. Esa música sagrada que hace hervir su sangre y lo llena de emoción: “Nosotros nacimos sobre la música. Esto viene de nuestras raíces, porque esto es de África y somos afrocolombianos.Ahora es que se están poniendo a hacer la marimba  con afinador, con afinador de piano. La marimba queda elegante, pero sin alma, sólo con cuerpo”.

-¿Acaso la marimba está viva?

Ríe. Se quita el ‘Piel Roja’ de la boca, y dejando escapar una bocanada de humo azul, hace un gesto con su mano derecha; calla los pensamientos e invita sólo a escuchar.

-Poromponpón,poromponpón, poromponpón-, late el corazón.

Silvino Mina, es otro de los grandes exponentes de la música tradicional. Este año fue homenajeado en el Festival Petronio Álvarez reconociendo su gran influencia en el ámbito cultural. Tiene 84 años, cuatro hijos, dos dientes y lleva encima cuatro operaciones de hernia en el mismo lugar. Está sentado, mirando al infinito, esperando a que la vida le responda el porqué de su soledad: Solo, solo, solo.Así es cómo me siento”, repite una y otra vez.

Lleva una camiseta amarilla ya curtida por los años, y una pantaloneta gris remarcada con letras negras a los costados que hablan otro idioma y gritan en mayúscula: ‘QUICKSTOWN’. En su cabeza, una gorra negra marca Puma; en su cuello, un escapulario plateado; en sus pies, unos crocsEvacol con huequitos. Orificios pequeños por los cuales se le meten los mosquitos como hormigas, buscando su nido.Más que un Mina, es una mina de conocimiento:

Tengo más de 80 años. Yo empecé a tocar marimba de muchachito. Cuando nací, encontré en mi casa una marimba negrita, un bombo, y un cununo. Yo no tuve nadies que me enseñara. Solo, solito aprendí. Cuando tocaba me sentía alegre, era muy feliz”.

Recuerda Silvino, mientras se queja de un dolor en su brazo derecho que no lo deja trabajar. Por estos días, Elkin, su nieto, es quien fabrica los pedidos de instrumentos a entregar: “este brazo ya no lo puedo mover. Llevo varios días pringándome con agua mala, pero nada. Nada pasa”.En sus ojos se forma un río de lagrimas de sal: “A veces me coge un asaramiento terrible. Ya tengo los sentidos perdidos”, remata.

Y es que Mina, no es el único al que los sentidos traicionan. Guapi, de alguna manera lo padece: se está quedando sordo. A pesar de que el Ministerio de Cultura y la Coordinación Departamental de Cultura, en asociación con la Alcaldía de Guapi, destinan anualmente un dinero para promover la fabricación de marimbas bajo el programa ‘Oí marimba’, éste se pierde. Más de cien millones de pesos que se diluyen entre los dedos de quién sabe quién, mientras en Guapi, las marimbas que quedan no alcanzan a llenar ambas manos.

La corrupción, hecha hombre y bajo el nombre de Yarlei Ocoró, exalcalde de Guapi; salió corriendo de su despacho el pasado 12 de agosto del presente año. Doce multas por no rendición de cuentas, negligencia y abandono de cargo, hacen parte del prontuario que adorna los documentos de la Contraloría General del Cauca  desde su suspensión.

Aquí, donde la gasolina cuesta cuatro mil pesos más y el 80% de la población pertenece al estrato uno;la música, ha logrado callar a la violencia,hacerse oír, y devolverle la tranquilidad a sus habitantes. Quienes indiferentes ante esta situación, prefieren entonar un arrullo y olvidar sus penas con una canción.




A pesar de los malos tragos, Guapi no pierde su ilusión. Yamilé Cortés, cantadora del grupo Semblanza –quienes este año ocuparon el segundo lugar del Festival Petronio Álvarez en la categoría de marimba- sueña y cree fielmente en el poder de una canción: “Yo no pensé que la música me fuera a llevar tan lejos, no sólo nos abrió muchas puertas, sino también los ojos. Aquí nunca nos enseñaron a soñar, a ver más allá de estas cuatro paredes”.

Cuatro paredes formadas por río y por selva. A Guapi, como a los demás municipios del Departamento del Cauca, ubicados lejos de las urbes, sólo se llega por aire o por mar. Los niños juegan en la calle, su inocencia se hace notar: “Yo todos los días me tiro al río a nadar, o si no uno coge un olor feísimo”, nos dice Juan, de nueve años, mientras eleva sus sueños pegados a la cola de bolsas plásticas que adornan su cometa.

La música es una bendición. Es la puerta de salida, de salida de emergencia. Es esa que mantiene abierta y muestra a los jóvenes y niños, nuevos caminos por recorrer, senderos por rehacer. El futuro más azul que gris, ondea sobre sus cabezas y les recuerda que para llegar al cielo, deben aferrarse a sus raíces. A su música. A su sabiduría: a la popular.



A 10 kilómetros de Guapi, está Sansón:

En esa casa en medio de la nada, no sólo se escucha. Allí se siente, se vive, se prende, y se aprende. Es una energía indescriptible. Cuando la familia Torres toca, el tiempo llega con una botella bajo el brazo. Se detiene y ya no quiere más correr. Se queda allí y se deja llevar suavecito por el arrullo a San Antonio. Descansa y nace ahí, un instante eterno.

Currulaos’, bogas, bundes, jugas y abozaos’, aplauden mientras esperan impacientemente su turno. El turno de bailar, y hacer mover hasta las vigas de madera que sostienen nuestra humanidad.

Ya son las 6:30 pm. El atardecer nos abraza, la música para. Del río, ya sólo nos separa un solo escalón.

“¡Lástima que uno se muera!”, le gritan ‘Los Torres’ a la vida que los vio nacer.

5.01.2014

Los invisibles

Las precipitaciones de los meses de invierno, siempre dejan estragos en la ciudad. Daños, que aunque sólo son materiales, se cuelan en lo profundo de la gente. Gente, que no sabe qué hacer, que grita, que llora, que corre, que pide auxilio, que busca y rebusca la manera de menguar la furia de la naturaleza. Gente invisible, a la que se le da la espalda.

Al recordarlo, su voz se entrecorta. En su cabeza aún llueve: los recuerdos no paran de caer. Ahí, en el antejardín de su casa, aún se encuentran tirados en el piso los procesos de Desarrollo Comunitario que adelantaba. Ahí tirados: mojados, enlodados, manchados, perdidos. Dice que su vida, al igual que su lucha, cambió; que la poliomisitis y sus espasmos, no se comparan con el dolor que un simple aguacero le causó.

Es miércoles, y la semana se parte en dos al igual que el cielo. No llueven maridos de milagro. El aguacero se desata. En esta época es normal que llueva. Cali caliente, deja de serlo, ahora, huele a tierra mojada. Es un 12 de marzo, la tarde llega pasada de agua.

Héctor Guazá es abogado. Después de trabajar como servidor público y como Secretario de Gobierno de un municipio del Cauca; se ha visto obligado a quedarse en su cama. El año pasado, le diagnosticaron Polimiositis, una enfermedad musculo esquelética, extraña y huérfana; una enfermedad que sólo  uno de cada 100 mil habitantes padece.  Vive en el Barrio Santa Mónica Popular, ubicado sobre la Autopista Sur Oriental. Allí, su esposa y sus cuatro hijos lo acompañan.

No sabía qué estaba más frío, si el piso o su alma. Estaba inundado hasta el cuello de angustia y hasta las rodillas, de agua: “La impotencia que da al ver cómo se daña todo lo que con esfuerzo se ha construido, no tiene nombre. Saber que todo se pierde y no podés hacer nada. En mi caso, es una impotencia especial, como mi patología me tiene sin fuerza física, me tocó ver cómo el agua se entraba, sin poder mover ni siquiera una silla y ver cómo mi esposa y mis hijos guerreaban”.

La historia se repite al unísono por todo el barrio. Como si se tratara de un simple corrillo, lo vecinos se reúnen a contar sus penas, a contar cuánto perdieron, mientras esperan.  Algunos, resignados ya, sólo dejan caer el tiempo. Que las gotas se acaben, que la lluvia muera.

Lo cierto, es que Santiago, no consiente mucha agua. Cuando llueve, es normal que la ciudad colapse, los trancones abunden y los talones se empapen. Por los 92 kilómetros de canales de desagüe, pasean 400 toneladas de basura diaria. A pesar de los esfuerzos del Departamento de Recolección de Emcali por mantener las alcantarillas limpias, la basura y los residuos suelen burlársele en la cara. Son más los balones, las tablas, las llantas, los perros y los gatos, que sumados a una inconciencia colectiva, replican los daños que causa una pequeña oleada de agua.

Jesús Orlando Naranjo, Auxiliar de Recolección de Emcali, en una entrevista le comentó al diario El País su experiencia después de 25 años en el oficio: “La gente, explica el hombre, suele pensar que si patea algo por las rejillas que hay en los andenes, nada pasará; entonces hay personas que cuando salen a barrer el antejardín, echan el polvo por allí; cuando matan un ratón que se coló en la casa, lo echan por allí; cuando encuentran una roca en la calle, peligrosa para motos y carros, la echan por allí.”

Hábitos que más que dañinos, son perjudiciales. Hace parte de la rutina trivial de algunos caleños, creer que toda la basura, se la traga la alcantarilla. Pero no, no saben los perjuicios que causan.

Llega la noche, y con ella, la aparente calma. La luz tenue de los postes, acentúa los rostros de la gente. Se congregan en la calle. Sacan el agua, lavan el piso, botan las cosas. Colchones, mesas, muebles y toda clase de enseres se apilan en la acera. La calle misma, es una casa de suelo marrón y piso de lodo.

El agua no cesa, algunos lloran mientras ven lo que el agua se llevó. No son sólo pérdidas materiales, insisten. Son cosas, sí, pero allí, con esas simples cosas, van años de esfuerzo, de trabajo, de recuerdos. Un pedazo de su vida, de su familia, de su hogar.

Aquel aguacero, que según el Cuerpo de Bomberos de Cali, colapsó el 80% de la ciudad, dejó cerca de 20 barrios inundados, dos personas heridas, una mujer muerta, y cientos de daños materiales, que afectaron no sólo a la gente de los barrios, sino también, a las mismas instalaciones del CAM.

50 milímetros de agua, fue lo que según Rodrigo Zamorano, Director del CLOPAD, cayó en tan sólo diez horas. 50 milímetros en medidas pluviales, corresponden a lo que serían 50 litros de gaseosa por cada metro cuadrado de la ciudad.

Diez horas, que aún no se acaban de contar para los habitantes del barrio Santa Mónica Popular.

Hoy, ha pasado más de un mes, sin embargo, algunas cosas no cambian. Aleyda Padilla, otra afectada, cuenta cómo son las cosas en su casa: “Perdimos casi todo. Los colchones, las mesas, la alacena, los equipos, el mercado… Ni para qué hacer la cuenta. Todo este tiempo hemos botado, lavado, mandado a repellar, a lijar, pero las cosas no son lo mismo. Las paredes se llenaron de hongos, y por más que se quiten vuelven y salen. Es desesperante. Ya no sabemos qué hacer.”

No saben qué hacer. Héctor Guazá, convocó una reunión con los vecinos para lograr encontrar solución al problema. Se firmó un acta y se envió al Comité Local para la Prevención y Atención de Desastres, CLOPAD.
Al mes, la respuesta fue rotunda:


Solicitud: 2014 41100257422

“El artículo 56 de la presentada ley nos define de manera expresa los casos para poder declarar la situación de desastre. Es menester informarles que el municipio de Santiago de Cali viene trabajando en el fondo de afectación. Emcali, el Dagma, y la CVC en el proyecto Plan Jarillón Cali, el cual está orientado a eximir de riesgo a las inundaciones de nuestro municipio, mejorar las capacidades de los canales, y las fugas de regulación de agua; y desarrollando encuentros con la comunidad para que no arrojen basuras y escombros a los canales”.

“Después de toda esa leguleyada”, manifiesta Guazá, rematan:

“No es posible brindar apoyos humanitarios como ustedes los solicitan”.

No es posible, según el ente local, no los hay. No los ameritan. Una comunidad de menos de 50 personas afectadas, no les compete. Para ellos, una inundación como esta, no es un desastre; es una simple calamidad más.

La ley pasa por encima que el bienestar común. Cali es el único municipio en el que sucede una cosa de esas, y no se le colabora a la gente con una colchoneta, con comida, con mercado, con café. En los municipios de categoría 6, los más pobres y los más pequeños, no se presenta esto. ¿Es justo que los soportes legales estén por encima de la ayuda humanitaria?”, recalca Héctor, quien sabe lo que dice en su rol de abogado.

Ante la indiferencia de los entes municipales, no queda más que acudir a otros. La comunidad del barrio, aún sigue buscando ayuda. Rebuscándola, rellenando papeles y siguiendo tramites que logren una repercusión a este grito de auxilio.

Como lo mencionaron en una de las reuniones en la casa de Guazá: “mientras no nos manifestemos, nosotros, no existimos. Seguimos siendo invisibles”. Lo triste, es que aún lo son.