11.19.2014

Agúzate

Como en todo romance, siempre hay un punto de quiebre. Un hasta luego que parece adiós. ¿Un dueto musical sufre también los rigores del amor? Esta la historia del noviazgo que durante cincuenta años ha mantenido unidos –aunque no siempre- a Richie Ray y Bobby Cruz.  “Yo lo necesito, los dos somos uno”, dice Richie hablando del que podría ser el hombre de su vida.




Aquel lunes a Richie se le puso “temblorosa la mente”. No sabía qué pasaba, algo le faltaba. El vacío entre él y su vida se agrandaba. Lo primero que pensó: “estoy fumando demasiada marihuana”, pero no.  En un monólogo con Richie, Ricardo le decía que era Dios. Podía escuchar su voz como si le susurrara al oído: “yo soy todo lo que tú necesitas”. Ese día, la bestia, el Rey de la Salsa, el de la combinación 3-4-7 que revolucionó el ámbito musical, comprobó que aquella canción grabada cuatro años antes, sería como una predicción: Siento una voz que me dice agúzate, que te están velando.

Ricardo Maldonado y Richie Ray son el mismo hombre con diferente nombre. El mismo hombre que aquél lunes de 1974 se partió en dos, como su vida y su carrera musical. Ya llevaba bastante tiempo sintiéndose como Pagliacci, se veía a sí mismo como un payaso que llora por dentro. Como un músico completo, con una vida vacía. Lo primero que hizo, como siempre, fue llamar a su hermano del alma, a su compañero de orquesta, a su otro yo:

-¡Bobby, el Señor me habló!

-¿Qué te dijo?, ¿cuánto va a pagar?

Roberto Cruz, Bobby Cruz, no entendió. Ese mismo año se habían ganado un concurso en el Coliseo Roberto Clemente de Puerto Rico, una maratón de 12 horas que los posicionaría en la cima, ya no eran Los Durísimos, como para ese entonces se les conocía. Ahora eran los reyes de su género: Los Reyes de la Salsa. Bobby, pensaba que se trataba de una nueva presentación; jamás imaginó que aquél lunes, aquella llamada, aquella semana, marcarían el fin de su relación. Richie, vivía un proceso interno de conversión, que para Bobby no era más que una locura del montón.

-¿Qué pasa?, ¡te volviste loco!  Bobby repetía. Al igual que los presentadores de entretenimiento en las principales cadenas de televisión de Nueva York. ¿Cómo era posible?, nadie lo sabía. Sin embargo, Richie mantenía firme su desición: “A mí me encantaba todo lo malo, pero era una propuesta que no podía rechazar. Necesitaba cambiar, aunque para mí esa gente era pentecostal”.

Después del escándalo, una brecha se abrió entre los dos. Las discusiones comenzaron, los días se alargaron, el desencuentro se convirtió en desesperación:
-Richie, te traigo algo que no puedes rechazar.

Afirmaba Bobby, con gran convicción mientras abrazaba con cada uno de sus brazos a dos mujeres de belleza prodigiosa. Unas gemelas paisas que se acomodaban el cabello mientras Richie abría la puerta de su habitación en un hotel de Nueva York.

- “Eran hermosas, despampanantes. Pero en el cuarto, empecé a hablarles de Dios”.

El  comienzo del fin, terminó. Ya era definitivo. Richie había perdido la cabeza y Bobby su paciencia al escucharle hablar de Dios. De inmediato, Bobby consiguió un nuevo pianista, buscando un consuelo en los dedos musicales de otro amor.

A pesar de la separación, Richie tenía la esperanza de volverse a encontrar con su compañero. La música de Bobby sin el piano de Richie, no tenía razón.

Aunque muchos sospechaban y aseguraban que eran homosexuales por la cercanía que los caracterizaba; el único homosexual  resultó siendo el tercero en este triángulo de amor. El punto de divergencia y el motivo de desunión, veía en Bobby una pareja, no sólo en el ámbito musical, sino también, del corazón.

Cuatro meses pasaron para que lo obvio sucediera: mi amor por ti, no ha terminado... te confieso mi amor, estoy desesperado. Richie, lo recibió con los brazos abiertos y con la biblia en la mano: “te presentó a la salvación”.




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