Como en todo romance, siempre
hay un punto de quiebre. Un hasta luego que parece adiós. ¿Un dueto
musical sufre también los rigores del amor? Esta la historia del noviazgo que
durante cincuenta años ha mantenido unidos –aunque no siempre- a Richie Ray y
Bobby Cruz. “Yo lo necesito, los dos somos uno”, dice Richie hablando del que
podría ser el hombre de su vida.
Aquel
lunes a Richie se le puso “temblorosa la mente”. No sabía qué pasaba, algo le
faltaba. El vacío entre él y su vida se agrandaba. Lo primero que pensó: “estoy fumando demasiada marihuana”, pero
no. En un monólogo con Richie, Ricardo
le decía que era Dios. Podía escuchar su voz como si le susurrara al oído: “yo soy todo lo que tú necesitas”. Ese
día, la bestia, el Rey de la Salsa, el de la combinación 3-4-7 que revolucionó
el ámbito musical, comprobó que aquella canción grabada cuatro años antes,
sería como una predicción: Siento una voz
que me dice agúzate, que te están velando.
Ricardo
Maldonado y Richie Ray son el mismo hombre con diferente nombre. El mismo
hombre que aquél lunes de 1974 se partió en dos, como su vida y su carrera
musical. Ya llevaba bastante tiempo sintiéndose como Pagliacci, se veía a sí
mismo como un payaso que llora por dentro. Como un músico completo, con una
vida vacía. Lo primero que hizo, como siempre, fue llamar a su hermano del
alma, a su compañero de orquesta, a su otro yo:
-¡Bobby,
el Señor me habló!
-¿Qué
te dijo?, ¿cuánto va a pagar?
Roberto
Cruz, Bobby Cruz, no entendió. Ese mismo año se habían ganado un concurso en el
Coliseo Roberto Clemente de Puerto Rico, una maratón de 12
horas que los posicionaría en la cima, ya no eran Los Durísimos, como para ese
entonces se les conocía. Ahora eran los reyes de su género: Los Reyes de la
Salsa. Bobby, pensaba que se trataba de una nueva presentación; jamás imaginó
que aquél lunes, aquella llamada, aquella semana, marcarían el fin de su
relación. Richie, vivía un proceso interno de conversión, que para Bobby no era
más que una locura del montón.
-¿Qué pasa?, ¡te volviste loco! Bobby repetía. Al igual que los presentadores
de entretenimiento en las principales cadenas de televisión de Nueva York.
¿Cómo era posible?, nadie lo sabía. Sin embargo, Richie mantenía firme su
desición: “A mí me encantaba todo lo
malo, pero era una propuesta que no podía rechazar. Necesitaba cambiar, aunque
para mí esa gente era pentecostal”.
Después del escándalo, una brecha se abrió entre los dos. Las
discusiones comenzaron, los días se alargaron, el desencuentro se convirtió en
desesperación:
-Richie, te traigo algo que no
puedes rechazar.
Afirmaba Bobby, con gran convicción mientras abrazaba con
cada uno de sus brazos a dos mujeres de belleza prodigiosa. Unas gemelas paisas
que se acomodaban el cabello mientras Richie abría la puerta de su habitación
en un hotel de Nueva York.
- “Eran hermosas,
despampanantes. Pero en el cuarto, empecé a hablarles de Dios”.
El comienzo del fin,
terminó. Ya era definitivo. Richie había perdido la cabeza y Bobby su paciencia
al escucharle hablar de Dios. De inmediato, Bobby consiguió un nuevo pianista,
buscando un consuelo en los dedos musicales de otro amor.
A pesar de la separación, Richie tenía la esperanza de
volverse a encontrar con su compañero. La música de Bobby sin el piano de
Richie, no tenía razón.
Aunque muchos sospechaban y aseguraban que eran homosexuales
por la cercanía que los caracterizaba; el único homosexual resultó siendo el tercero en este triángulo
de amor. El punto de divergencia y el motivo de desunión, veía en Bobby una
pareja, no sólo en el ámbito musical, sino también, del corazón.
Cuatro meses pasaron para que lo obvio sucediera: mi amor por ti, no ha terminado... te
confieso mi amor, estoy desesperado. Richie, lo recibió con los brazos
abiertos y con la biblia en la mano: “te
presentó a la salvación”.
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